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Visitantes con abolengo PDF Imprimir E-mail
Narrativa

A mediados de este año, estuve pasando unos días en Túnez. Había un “tour” a muy buen precio para ir por allí a explorar. A explorar a un cierto amigo a quien acababa de conocer (luego resultó que no había nada que explorar, pero esa es otra historia).

Cuando llegamos a la convicción de nuestra incompatibilidad, amigo y amiga nos separamos con pesar pero satisfacción, y yo aproveché para irme a Cartago. Bueno, a sus ruinas, y de la época romana, porque de la Cartago de Aníbal los legionarios de Escipión no dejaron una piedra intacta. Pese a ello, es muy impresionante imaginarse como era todo aquello. Nada más que imaginarlo, claro.

Estaba yo por allí, dando vueltas, sin saber qué hacer ya con la cámara fotográfica, cuando vi a una mujer abrazada a una piedra, llorando amargamente. “Caramba, esto parece interesante; desde luego, no llora en árabe, o sea que debe de ser  europea”.

Ya lo creo que era europea. Y medio vecina de la Cartagena murciana que los cartagineses fundaron. A la media hora, ya me había contado que había venido  como turista, “para ver la tierra de sus antepasados”.

- Pero, bueno, ¿de qué antepasados hablas, cristiana? ¿Es que toda tu familia ha vivido siempre en Cartagena, por los siglos de los siglos?

- No, mi familia es extremeña en la segunda generación. Pero yo nací en la región de Murcia...

- Ya... Y claro, has estudiado mucho sobre Cartagena y sus orígenes, y te sientes identificada con ella.

- Tampoco, qué pesada eres, Cletita, - le había dado por llamarme así, cosa que no me hacía gracia alguna, y todo porque me sacaba apenas dos centímetros de estatura-. Yo no sé una palabra de historia, pero en esta gente tengo mis orígenes.

- Claro, y yo soy heredera del Imperio Bizantino, porque una vez visité una iglesia ortodoxa.

Bueno, esto lo dije para mí; no quería estropear la amistad recién creada, con la que contaba para ir por la noche de tunecinismo-.  Entonces, ¿por qué te ha dado la llorera?

- Ay, hija, siempre me ha sido muy útil para ligar. Pero, mira por donde, no hay por aquí ningún tipo aceptable: todos gordos, viejos y con sus parejas gordas y viejas.

- Venga, deja de suspirar, que ya has ligado conmigo. Tenemos que preparar un plan para esta noche. - De pronto, tuve una idea-. ¿Por qué no le decimos al guía tunecino, que no está nada mal, que es verdad lo de que eres de ascendencia cartaginesa? Seguro que se lo traga.

Dicho y hecho. Ahmed (hay que pronunciarlo con una “j” donde la h, lo cual queda muy fino) se mostró sorprendido y encantado. Ni por asomo se le ocurrió alguna de las pegas que yo misma había puesto. Es más: se lo tomó tan en serio que, mientras volvíamos a la civilización en Túnez hizo varias llamadas desde su móvil, y ya en la agencia nos pidió misteriosamente que nos sentásemos a esperar  a no sé quién. En tanto, encargó sendos tés morunos con yerbabuena; un poco empalagosos, pero riquísimos. Y sabían a aperitivo de algo mejor.

Ya lo creo: a la media hora o así, tiempo que empleamos en decidir el programa del siguiente  día y en bebernos otro té, con menta esta vez, se presentaron en la agencia dos tipos con pinta significativa, que nos hicieron sendas reverencias. El guía iba traduciendo (hablaban en francés, que entiendo pero que hablo con un acento horroroso, así que seguí apegada a mi español, mucho más seguro).

Resultó que eran funcionarios del Ministerio de Cultura, que nos daban la bienvenida y que se sentirían  muy honrados si al día siguiente asistíamos a una recepción con altos funcionarios, para declararnos “huéspedes ilustres”. Yo creo que habían decidido aprovechar la coyuntura para algún objetivo político inconfesable. Por supuesto, decidí no aclarar que la parienta de Aníbal era mi amiga y que yo era sólo una advenediza.

Mi amiga  (Lola se llamaba la descendiente de cartagineses), resultó una comedianta aún más avezada que yo; no digo que su llantina de la mañana fuese totalmente falsa, pero desde luego exprimió sus resultados muy bien.

Por la noche, nos fuimos con el guía y otros cuatro amigos a visitar “Tunis-la-nuit”; en un grupo amplio la cosa era mucho más segura. Continuó toda la noche presentándonos a gente, aumentando cada vez el calado del cuento. Cuando nos dejaron en el hotel, llevábamos los bolsillos llenos de tarjetas de visita, algunas de mucho interés, y que desde luego nos servirían en el futuro. En los momentos en que pudimos hablar a solas Lola y yo empezamos a esbozar un formidable puente de intercambio turístico España-Túnez, desde  luego con los ricos del lugar. Y a ser posible, jóvenes y ricos.

Lo del día siguiente fue una desilusión. Resultó que entregaron el pergamino de “Visitantes ilustres” como a medio centenar de personas, que con cualquier excusa habían reunido en la jornada anterior entre los turistas. Y que esa ceremonia se repetía todas las semanas.

Lola, de todas formas, se quedó encantada con el papel, y lo guardó en su maleta, dentro de su canuto de cartón, para enmarcarlo y fardar en Murcia.

El mío lo tiré a la papelera de inmediato. Pero con mucho cuidado de no perder ni una sola de las tarjetas de visita recogidas la noche anterior.
 
(2008, para "Historias de Cleta")

 

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