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En esta sección (álbum, memoria, anecdotario de vida) se glosarán -brevemente, no hay otro remedio- personas, entidades, lugares que forman parte de mi vida, aunque en ocasiones se haya producido el desencuentro, por desaparición, distancia, ausencia, separación; desde luego, nunca por olvido.

Las fotografías incluidas no cubren otro objeto que fijar la memoria; no tienen, evidentemente, intención artística ni están en orden cronológico, temático o de preferencia (por eso no se permite la ampliación).

Forzosamente, la sección siempre estará incompleta; el tiempo -espero tenerlo- lo irá remediando en una sucesiva serie, que espero preparar en 2010. 

Grupo 1-100; rev. 2-1-10

 

La memoria, ese olvido. No es que no recordemos algunas cosas: es que no nos acordamos de las más importantes. Sí, de los traumas, de los accidentes, de cuantos nos hirieron o molestaron; eso sí lo tenemos presente. Pero esas cosas son precisamente las que hay que olvidar. Y en su lugar, recordar una y otra vez todo lo positivo que nos ocurrió: las mil muestras de bondad, de consuelo, de afecto, de belleza que componen el entramado de nuestra vida y que nos permiten sobrevivir, pese a que no están de continuo frente a nuestros ojos.  Eso es lo que he intentado mostrar aquí. Y por ello esta página me sabe a poco cada vez que la recorro.

 

 

 

       El mar          

El mar... ¡Cuántas veces me he admirado, sorprendido, aterrado contemplando esa inabarcable masa de agua que nos rodea sin que la tengamos presente cada segundo de nuestras vidas, y menos quienes no vivimos junto a ella! Qué hermosa y terrible madre de la vida. Leí sobre el mar, muy niño, en las historias de Julio Verne, y lo vi por primera vez en la playa de Almería. No era, desde luego, el mar del capitán Nemo, encrespado y lleno de misterio, pero no por ello dejó de fascinarme. El mar: fuente de continua inspiración para quien escribe, para quien busca. El mar, la mar: amorosa amante, compañera de amistades, pasiones, sueños. Mi primer homenaje es a aquel encuentro. Desencuentros, nunca los hubo.

 

    La Universidad del Valle

La Universidad del Valle, en Cali, Colombia. Fue mi primer trabajo serio como ingeniero, y ella me acogió con amor en 1959. Allí tuve alumnos excepcionales, hice teatro con ellos (La zapatera prodigiosa, de Lorca); ¡yo, un profesor de Máquinas Eléctricas!. En su Hospital Universitario nació mi primera hija, Elena María, a quien añadí un tercer nombre, Chiquinquirá, en honor a la Virgen patrona del país. Allí me ocurrieron anécdotas, tuve amigos, publiqué trabajos técnicos. Y gracias a la Universidad del Valle tuve mi primer hogar propio y aprendí a cantar (aunque no a bailar) el bambuco.

 

        Los libros

Los libros son, después de la familia, la amistad y el amor (que son todo una misma cosa), mi gran pasión. En casa y en nuestra "Casa del Tiempo" (una biblioteca en el mismo edificio que nuestra vivienda), hemos conseguido reunir muchos, los más amados en todos los géneros, miles de libros. Me encuentro una y otra vez con mis favoritos, que son demasiados para recordar todos sus rostros y estaturas: Corazón de Amicis, La isla misteriosa de Verne, Zaragoza de Galdós, Un día en la vida de Iván Denisovich de Solzhenitzin, Justine de Durrell, El lazo de púrpura de Núñez Alonso, el Quijote de CervantesLa incógnita del hombre de Carrel, La buena tierra de Buck, Vida y destino de Grossman... Y desde luego, Benedicamus Domino de Ángela Reyes.  Sin libros no soy yo mismo. He incluido en esta columna un pequeño comentario a trece libros cercanos a mi corazón, y desde luego podrían ser trece veces trece veces trece; los elegí al azar, conforme llegaban a la memoria. Y resultó una mezcla curiosa: cinco de lengua española (tres españoles y dos americanos), tres de lengua inglesa, dos rusos, un italiano, un francés, un holandés. Muy políticamente correcto. Aunque me temo que algunos puristas me echarán de inmediato en cara (o en espalda) mi falta de "gusto contemporáneo". Allá ellos. Por supuesto que hay otras formas de escribir que me interesan tanto o más que aquellos, pero no pienso renegar de ninguno de los incluidos. Ni decidir quien está antes que otro... Por cierto, ¿por qué "trece"? Ah, porque es mi número totémico: nací en un 13 del año 31. ¿Es o no razonable?

 

       Personas

¿Quién podría reconocer a las personas que aparecen en esta fotografía? Yo, puedo. Y ese es mi privilegio y mi castigo. Porque he encontrado a cientos de mujeres, de hombres en mi vida, y en mis frecuentes insomnios recuerdo mis horas junto a ellos, horas en las que me habría parecido imposible que un día dejáramos de vernos. Y aquí estoy, doliéndome cada una de esas personas, de España, de tantos países en que residí o que visité, de todas las jornadas de mi vida. Me parece injusto no saber ya nada de tantas de ellas, que me ofrecieron amor o comprensión. Tantas de ellas, de las que supe secretos, con quienes compartí pan y sal, que me llamaron Juan y a las que llamé Pedro, Peter, Pierre. Como tampoco es justo un efecto que producen los teléfonos, los aviones, el correo electrónico: tantos medios maravillosos de comunicación son los culpables de esa monstruosa multiplicación de los panes y los peces de la amistad, sin que uno pueda compartir más de un instante tanto maravilloso alimento.

 

       Alberto Baeza Flores         

Hubo un hombre bueno: Alberto Baeza Flores, el chileno errante, que llevó su entusiasmo por los otros más allá de lo razonable, en seis países. Él me enseñó que la generosidad es la única virtud que hay que reclamar de los seres humanos, y entre ellos de los poetas, seguramente por su escasez. Porque ninguno estamos sin tacha, sin errores, sin falta de concentración, sin vanidad a toda prueba, sin libros enteros que no merecerían haber sido escritos. Pero él siempre tuvo un genuino afán por encontrar la piedra preciosa entre la ganga; él me enseñó que los poetas, seres falibles, más falibles a menudo que los demás escritores, pueden mejor que ellos descubrir en sus momentos mejores un mundo nuevo, un mundo "más allá". Alberto Baeza (padre de la cantante Elsa Baeza, también buena amiga), el poeta del entusiasmo, el poeta del amor a la vida, no está con nosotros. Mas su presencia es más real que la de tantos otros: él nos enriqueció y nos dotó de confianza en nuestra palabra.

 

        "Los Juanes"   

¡Cuántos años pasados, cuántos familiares desaparecidos por los caminos de la vida, por los caminos de la muerte! En la pequeña finca familiar, "Los Juanes", mis padres, mis tres hermanos. Juan Francisco, Juan José y María (Milagros). Y los que llegaron después, esposos y esposas, hija, sobrinos. A más de cuarenta años de distancia, mi padre, Juan José flanquea al grupo, dispuesto a su defensa; mi madre, Inocencia, en el centro, es el aglutinante: dirige las rutas, plantea los futuros, amonesta aquí, suaviza allá. Mi pequeña hija, Elena María, a su derecha, parece predestinada, como la primera de la nueva generación, a emprender a su vez caminos personales, a ser también el siguiente fulcro. Pero antes está mi hermana, María, que sucederá a mi madre en esa labor de bisagra de la familia. A esta fecha, 2009, ocho de los componentes de la foto no podrían repetirla; eso impone una seria reflexión sobre la volatilidad humana, incluso en el seno de una familia que tan vertebrada estuvo en un nombre: Juan

 

       Corazón, de Edmundo de Amicis (Italia)

El primer libro de mi vida, y cómo me ha marcado. Me respondes, lector, que es un libro prototipo del "buenismo"; el mundo escolar no es así (desde luego, no ahora). Pues no sé qué decir. En lo que a mí respecta, toda mi vida me he medido con los personajes de Edmundo de Amicis: Deroso, Garrón, Precusa. Con el protagonista, Enrique, en cuyo diario añaden  su padre y su madre ocasionales y emocionantes notitas. Aún me siento invadido de ternura y de buenos propósitos, ¡a mis años!, cuando leo una página al azar, como a menudo sigo haciendo. Y además es excelente literatura: estructurada, equilibrada, con intención definida. ¿Que hay otras formas de escribir? Ya lo creo. Y desde luego las hay peores. De nuevo recomendaría a los padres, si no a los profesores (me parece que esa es tarea imposible), que leyesen Corazón a sus hijos (cuando no hayan cumplido doce años). Mal no les va a hacer, eso seguro.

 

      La Encina de la Poesía

La Encina de la Poesía, en "Nuevo Pireo" -que así bauticé la casa que construí en Villanueva de la Cañada- ha representado durante más de veinte años el lugar que la poesía ocupa en mi vida. Su sombra ha acogido a poetas y amigos, por los senderos que a ella llevan he paseado mi melancolía y mis alegrías. Fuente de vida, es también recuerdo perenne de nuestro compromiso con la Naturaleza de la que somos parte olvidable.  Inevitablemente, se producirá un día el desencuentro; por el momento, ya no vivo cerca de ella.

 

       Los hermanos       

Los hermanos, nuestro primer universo en sólo cuatro personas. Malogrado Juan Francisco (“Kiko”), que llegó a la casa después de mí para ser mi compañero de juegos y disputas durante nuestra niñez. El hermano pequeño, Juan José ("Josechu"), que luchaba con sus hermanos mayores para que le incluyésemos en nuestros juegos. La menor de todos, María Milagros, que ahora quiere ser llamada sólo María, como yo quiero ser sólo Juan. Cada uno de los cuatro hermanos supimos crear nuestro propio universo, salir adelante. Y el mejor de los cuatro, Juan Francisco, fue quien tuvo peor suerte, pues su vida se acortó más allá de cualquier previsión, pero no sin dejar a sus cinco hijos preparados para un futuro que cada uno debería escoger y recorrer. Mis hermanos: María, voluntariosa María, luchadora María, llena de simpatía y de fuerza, alma de cien empresas, tan llena de ideas nuevas que sólo viéndolas realizadas son creíbles. Josechu, que me indujo a construir mi primera casa en España, "Nuevo Pireo", cerca de Madrid, pero que ahora se refugia en Málaga, del frío madrileño, supongo (pero, Josechu, si aquí ya no hace frío...). Juan Francisco, que todos los años diseñaba y construía conmigo un Nacimiento nuevo, cada vez más ambicioso; bueno, diseñábamos juntos y él construía...  

 

       Venecia           

Entró en mi vida Venecia en 1958, y al contemplar sus aguas oscuras vinieron de golpe a mi memoria las lecturas confusas que hablaban de viejas glorias y tristes derrotas. He regresado a ella muchas veces, con nuevos amigos, con viejos amores. Y otras tantas he sentido, cuando veo su nombre en algún periódico, el terror de que, por algún accidente, haya desaparecido bajo el Adriático, aun antes de que yo mismo lo haga bajo las aguas de la muerte y el olvido.    

 

       Los hijos          

Los hijos: maravillosos hijos, tan distintos, tan llenos de capacidad y voluntad, tan indefensos a veces. Tan lejos nacidos unos de otros: Elena María en Colombia; Juan Alberto en Chile; Ioanna en Inglaterra; tan cercanos hoy entre sí. Pero, ay, ya no son niños. Pienso en los días en que viajábamos juntos Elena María y yo por Islandia, en que leía cuentos Juan Alberto en el magnetófono, en que Ioanna se acurrucaba junto a mí en el coche, porque nos habían roto el cristal para robar y hacía demasiado frío. Ah, los días en que Ioanna se negaba a aprender a conducir, en que Juan Alberto me escribía cartas duras y llenas de reproche, en que Elena María no quería vivir conmigo porque deseaba su independencia. Pero a todo ello se sobrepuso nuestro amor, y yo ahora veo en ellos mi fiel reflejo: independientes, tiernos a veces, llenos de dudas otras. Fuertes, capaces de enfrentarse con el mundo y de tomar decisiones propias, aún sospechando que un día las lamentarán. No, no temáis nada, hijos míos: sé que todo lo superaréis. Os admiro desde lo profundo de mi corazón, y además fuisteis capaces de ofrecer amor a vuestro padre cuando lo necesitaba.      

 

    Pasalimani

Pasalimani (puerto del Pashá): un lugar al que he regresado una y otra vez, después de que lo descubriera cuando vivía en Grecia. Junto a El Pireo, es una mínima ensenada casi circular, colmada de pequeños botes de pesca o de recreo. Y junto a sus aguas, docenas de pequeñas "tavernas" griegas, donde los grupos de amigos se reúnen indolentes en torno al "uzo" (suerte de anís), los "oréktiká" (entremeses), los pescados asados, las ensaladas de las que siempre tengo que apartar el eterno "anguri" (pepino). Una atmósfera que propicia la confidencia, el nacimiento de la amistad inesperada, la inevitable recaída en un nuevo encuentro.  

 

       Ángela Reyes         

La inmediata memoria me lleva a Ángela Reyes, una mujer que, desde 1980, ha traducido a la realidad mis ansias de complemento, de compañía. Ella ha sabido moderarme, colaborar en mis mil empresas, tolerar mis debilidades y aumentar mis fuerzas. Ella, sin la cual mi yo actual sería inexplicable. Una mujer llena de creatividad y de prudencia, de dulzura y de equilibrio. Capaz en la poesía, en la narrativa. Pero sobre todas las cosas, capaz en las relaciones humanas y afectivas. La mujer cuya descripción desafía las capacidades del escritor,  porque ella sólo puede ser descrita desde el conocimiento personal.

 

       Amigos

¡Qué mayor dulzura que la de la palabra "amigos"! Aquí están dos de mi tarda madurez: José Luis Maestre y Luis Ortiz. Al segundo lo conocí en los lejanos tiempos de mi Escuela de Ingenieros, lo recuperé en los '80 y me acompañó en la poco razonable singladura  prometeica. Pero lo acabo de perder; su marcha siempre resuena tristemente en mis corredores. Y a su lado, José Luis, cuya alegría invencible triunfará del tiempo, un hombre siempre dispuesto a colaborar en cualquier nueva osadía que le propongamos, y a mejorarla. Luis y José Luis: símbolos inolvidables de ese sentimiento más fuerte que el amor o la costumbre que es la amistad.   

 

       Cine

Siempre me gustó el cine. Muchos de los mejores ratos de mi vida los pasé, con la boca abierta, frente a una pantalla, quizás más “la grande” que la de la televisión (aunque las "palomitas", o corn flakes , que por otra parte detesto, también se aceptan en el salón del comedor). Cine, ah, sí: "Amarcord", "Lawrence de Arabia", "Fellini 8 1/2", "Blade runner", "La Reina de África", "La guerra de las galaxias", "Amanece, que no es poco". "Qué bello es vivir", los documentales de David Attenborough, "Cyrano de Bergerac" (la de Depardieu), "De ratones y hombres", "El apartamento", "El hundimiento", "La lista de Schindler", "JFK", "Mi tío", "Ser o no ser", “Peter Pan”, "Manhattan", y no cito más que algunas que he vuelto a ver en 2009. Incluso hice mis pinitos rodando una película -hace casi cuarenta años-, "La puerta", un mediometraje de 35 minutos; no quedó mal, con su pequeño premio y todo. Pero una parte del cine actual empieza a impacientarme; no acabo de verle la gracia a los efectos especiales como principal excusa de tantas películas.

 

       "Reality shows" 

Reconozco mi frustración cada vez que intento ver la televisión, al final del día: un buen reportaje de naturaleza o actualidad, una buena película, aunque ya la haya visto, bastarían. Pero las más de las veces me encuentro -huyendo de la interminable publicidad- con los que llaman "reality shows", programas en que parientes cercanos, antiguos esposos, ex-novios se tiran los trastos a la cabeza, se insultan, destapan los más sucios o más íntimos trapos de su convivencia. ¿Por extremado rencor, por venganza? No: por dinero. Repugnante, soez espectáculo que parece que ven con deleite muchas personas, porque no cesa. Juro que no me detengo ni un instante en ellos, después de aquella primera vez en que asistí unos minutos al espectáculo insólito. Y el problema no está en los protagonistas, ni siquiera en las cadenas que lo emiten y pagan, sino en los espectadores para quienes es moneda corriente y apetecible. Asqueado antes, ahora indiferente, salto a otro canal, y a otro, y a otro... hasta que se agota la programación. O esas escenas que ofenden a quien las vislumbra, o "deportes de masas" (ver aparte), o lo que llaman "música"; lamento entrecomillar, pero no hay otro remedio. 

 

      Lara y Juan Camilo  

Mis dos primeros nietos, Lara y Juan Camilo, reposan en el regazo de sus padres, la muy mejicana Abril y el poco chileno Juan Alberto. Poco, porque aunque nacido en Santiago de Chile, allí no estuvo más que unos meses. Ambos padres, profesionales del siglo XXI, concilian valerosamente su trabajo en empresas varias con el de la educación de esos niños, encantadores y voluntariosos. Qué diferencia. A su edad, mi padre aún no había querido que yo aprendiese a leer... En cambio, hace poco recibí un mensaje por internet de Lara (seguro que "arreglado" por su madre) en el que me enviaba "su dirección de correo electrónico". Escribí a Abril, algo fastidiado: "Deja que la niña rompa zapatos, y no ordenadores electrónicos, caramba". A los seis años, ja. 

 

   Sunion

El cabo Sunion, en el extremo oriental de la península griega del Ática, está coronado por los hermosos restos de un templo dedicado, lógicamente, a Poseidón, dios del mar. Pero los cientos de turistas que se acercan hasta el lugar no recorren noventa kilómetros para ver las columnas dóricas -que también- sino las maravillosas puestas de sol. Sentados sobre las ruinas, todos esperan la magia de ese momento cuando Helios se desentiende de los mortales, de sus penas y anhelos, para encontrarse con el mar, donde quizás le espere alguna nereida, alguna sirena, siempre igual, siempre distinta.  

 

       Beatriz Schaefer Peña 

En América tiene la Asociación Prometeo de Poesía muchos miembros, bastantes de ellos Honorarios, Corresponsales o Numerarios. Yo me siento siempre feliz al estar en contacto con esa parte de mi sangre, de mi lengua, de mi cultura. Una América a la que tanto amo y a la que tanto debo; para empezar, dos hijos, diez años de mi vida, varios libros. Esos amigos americanos -de Canadá a Chile, de Puerto Rico a Ecuador, de Colombia a Uruguay al Salvador a Cuba a México- son mi enlace con una parte fundamental de mi alma, de mi escritura. Beatriz Schaefer Peña (en la imagen), o Marta de Arévalo en Uruguay, o Matías Rafide y Alfonso Larrahona en Chile, o Luis Ricardo Furlan en Argentina, o Manuel de la Puebla y Matilde Albert Robatto en Puerto Rico, o Marisa Trejo en México, o Sara Vanégas en Ecuador, o Luis Alberto Ambroggio en los Estados Unidos, o León Estrada en Cuba, o José Luis Nájenson en Jerusalén. O tantos otros, hasta dos docenas de estupendos escritores y más estupendos seres humanos.

 

       Guanajuato

Ciudad: lugar de encuentro y convivencia de los hombres. ¡Cuántas de ellas memorables en el mundo! Las he visitado en cuatro continentes, en treinta países. No hay, en verdad, ciudad, pueblo, aldea desdeñable, porque todos los lugares tienen la impronta viva de los seres que los habitaron y habitan. Pero es inevitable que algunos surjan una vez tras otra en la memoria. Como Guanajuato, en México, uno de los lugares más originales que conozco. Bajo su  superficie corren en todas direcciones los automóviles, por túneles que fueron viejas minas de oro. Y así, dejan las calles en gran parte libres para el viandante: como debe(ría) ser. Pero no hay sólo eso en esta ciudad milagrosa, que me enseñó a amar el profesor y poeta Benjamín Valdivia; así, la carretera de circunvalación, que te da una vista de conjunto formidable sobre una ciudad repleta de calles animadas, de iglesias y edificios coloniales, junto a hitos arquitectónicos como la majestuosa escalinata de la universidad (apuntada en la minifoto). Claro, se necesitan estudiantes (y profesores) de piernas robustas...   

 

        José Silveira 

Cuando regresé a España, tras veinte años de intermitente ausencia, tuve la fortuna de conocerlo. Era el propietario de un taller de mecánica del automóvil, y con él conecté muy pronto: un hombre hecho a sí mismo, que recorrió países y profesiones, y acabó de mecánico como podría ser hoy actor de teatro. Con José (Germán) Silveira he viajado, he hablado en "roman paladino" de las alegrías y tristezas que rodean el vivir. No le importa gran cosa la poesía, pero tampoco a mí la mecánica, por ingeniero que sea (a estas alturas, bien poco). Pero todo lo que es vivir, su misterio y sus engaños, las alegrías que nos esperan en una esquina del futuro, lo que significa trabajar para vivir frente a vivir para trabajar; de todo eso hemos hablado. Y del buen vino, la buena comida, la satisfacción de ver que los hijos se coloquen y por fin no dependan de nosotros. Querido Jose (sin acento): en el desfile de los elegidos, allá donde vayamos, siempre te buscaré. Y además, sé que te encontraré.   

 

        Atenas         

Unos cuatro años residí en Atenas, la ciudad ruidosa y vocinglera, la ciudad donde la música del "busuki" se mezcla con las pequeñas iglesias bizantinas, los mármoles de la Acrópolis con las "tavernas" donde se bebe "uzo" (una suerte de anís) y se comen "paidakia" (chuletitas de cordero) con "papates furno" (patatas asadas al horno con limón), mientras se habla de política y se saludan los conocidos a gritos  de mesa a mesa. La alegría de vivir no se ha diluido en veinticinco siglos. Los mismos que nos contemplan, quizás algo desdeñosos, desde las piedras del Partenón donde Ángela Reyes piensa en Epío, el "teknos" que construyó el caballo de Troya.  

 

       Música de percusión 

Dice Ortega que "cuando algo característico de tu época te sea ajeno, es que has empezado a envejecer" (cito más o menos). Confieso que debo de estar muy viejo: hay muchas cosas de hoy que me son ajenas: los políticos, el tráfico de Madrid, la estrechez de los asientos en los aviones, la televisión-basura, el deporte de masas... Y desde luego la música a base casi exclusiva de percusión. Confieso que me gusta casi todo en música: la orquestal, el folclore, la opera, la zarzuela. También, el rock-and-roll, y los Beatles (que siguen gustándome). Hasta que aparecieron los Rolling Stones, que a muchos les parecieron maravillosos. Pero esa banda, y la mayor parte de las que fueron apareciendo en su estela del pop-rock y sus cien modalidades, iniciaron el uso abusivo de la percusión, hija del tam-tam africano, detrás de cuya insistente, repetitiva cadencia desapareció poco a poco la melodía. Hoy no conciben sus amantes más que su ejecución al más elevado volumen posible. Se sabe que un automóvil se aproxima, no por el ruido del motor, sino por los decibelios de los tambores que lleva dentro. Lo de la música unida a los videoclips merece nota aparte.  

 

        Universidad de Vancouver

Entre los países americanos que no había visitado en mis largos años, estaba el Canadá, del que sólo conocía el himno (“Oh, Canada / terre de mes aieux..”) y las cataratas del Niágara. Pero a principios de 2008, la profesora Nela Rio, presidente del Registro Creativo de la Asociación Canadiense de Hispanistas, me comunicó la sorprendente noticia de que me habían elegido “poeta del año”. Ello implicaba, además de mi desconcierto, que debería ir a la Universidad de Vancouver, junto al Pacífico, donde se celebraba el Congreso anual, para recibir los homenajes que me ofrecerían, una exposición de poemas en mi honor, diplomas varios. Y por mi parte, debería intervenir en las sesiones formales de la Academia. Elegí una comunicación con mi propuesta de análisis literario,  la “mirada oblicua” en poesía, que presenté en una sesión plenaria (no sé si algunos se durmieron). Hablé de antiguos conocidos con el Embajador de España, que luego me presentó a la asamblea amablemente, aunque no nos habíamos visto hasta ese momento. En fin: como también estaban junto a mí Ángela y mis hijos, Juan AlbertoAbril, fue aún más memorable la ocasión. Eso sí: espero que el próximo Congreso al que asista sea en la costa atlántica; doce horas de vuelo son ya muchas para mí.

 

       Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra 

¿Es tópico, es baladí declarar el amor por la obra de Cervantes? Pues si es así, lo siento mucho, porque seguiré declarándolo año tras año. Mejor dicho: cada dos años, que es cuando me doy el placer de incluir en mis lecturas de ese año Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. (Sí: además de los libros que van surgiendo durante el año, programo al principio de éste los libros que quiero releer). Este año de 2009 me "tocaba Quijote”: sobre mi mesilla de noche permaneció el volumen como cinco meses, porque suelo alternarlo con otras lecturas. Me da mucha pena cuando se van acabando las 1200 páginas que tiene el volumen, con introducciones, comentarios, y desde luego poemas, siempre divertidos.  Y cada vez que lo leo, me reafirmo en mi amor por un libro en el que hay mensajes para todo y para todos, y diversión, y español limpio y claro. En mis ensoñaciones, desearía viajar en el tiempo y poder decirle a don Miguel: "No será nunca vuesa merced rico, pero sepa que en el futuro ningún escritor será tan famoso ni -algo más importante- tan amado como Miguel de Cervantes Saavedra".

 

         Jesús Hernández Cuevas

Cuántos amigos he encontrado, he perdido en mi vida. Pero ya no puedo darme ese lujo estúpido. Por  eso, trato, en la vorágine en que sigue convertida mi vida, de conservar en cuanto puedo a los que me quedan, y a alguno nuevo que me llega llovido por la fortuna. Como a Jesús Hernández Cuevas, hombre lleno de bondad y de cultura, nada ostentoso (al contrario de mí), con quien tengo extrañas afinidades. Hombre tranquilo y equilibrado, de esos que nos sosiegan, porque vemos en su espejo cómo podríamos ser. Salimos a pasear, siempre sin plan preconcebido, y nada de cuanto nos rodea, como a Terencio, nos es ajeno. Quien encuentre un amigo así, atesórele. No es parte de mi familia por su sangre (su hermana Ofelia está casada con mi primo hermano Miguel Garrido, excelente escritor), pero como si lo seriese. 

 

       El Lazo de Púrpura, de Alejandro Núñez Alonso

Hace muchos años, mi padre, lector impenitente y mi primer maestro en lectura y en muchas otras cosas, me recomendó la lectura de la pentalogía del asturiano Alejandro Núñez Alonso, dedicada a un curioso personaje, el banquero judío Benasur de Judea. El Lazo de Púrpura, El hombre de Damasco, El denario de plata, La piedra y el César, Las columnas de fuego; un grupo de cinco libros maravillosos, en torno a los emperadores romanos de Tiberio a Nerón, a los primeros tiempos del cristianismo, y a mil cosas más, algunas tan fascinantes como el histórico reino de Garama en el sur de  Libia, las Olimpiadas o a la antigua Gades. De cuando en cuando, retomo esos volúmenes (nada menos que 2500 páginas en total), y vuelvo a pasar dos o tres meses inigualables. Ahora, por fin, la editorial Nabla vuelve a editar la obra, inencontrable hoy; el mundo literario está lleno de injusticias. Lector: hágame caso y búsque los tomos en librerías de lance, sin darse por vencido.

 

      Cali, Colombia 

El primer país donde trabajé –arriba lo comento- fue Colombia, en cuya ciudad de Cali, capital del Valle del Cauca, viví seis años, de 1959 a 1965. Y a pesar de su mala fama posterior, debida a los narcotraficantes, debo decir mi verdad: Cali y el Valle del Cauca fueron para mí un idilio de paz, de gentes estupendas, de trabajo profesional y literario sin comparación. Sus hermosos paisajes, su clima benéfico, sus gentes amables y afectuosas, sus estudiantes trabajadores, sus bellas mujeres, su música encantadora. Casi no hay nada negativo en cuanto recuerdo. Allí nació mi hija Elena María, tuve mi primera casa, trabajé feliz en la Universidad y en la Corporación del Valle del Cauca (C.V.C.), fundé el Ateneo de Cali, presenté una docena de obras de teatro, publiqué mi primer libro, tuve amigos que no he olvidado... ¿Cómo podría ser tan ingrato de no hablar bien de Cali?

 

  San Cristóbal de las Casas                          

Hay en América -todo un continente- miles, quizás millones de lugares, paisajes, ruinas, monumentos, vistas incomparables. En modo alguno los conozco todos, ni aún parte apreciable, pero sí atesoro los muchos que he visitado en una decena de países. A ellos, si me es posible, regreso una y otra vez (el tiempo ya no va a dar para muchas más visitas). Por eso, cuando encuentro algo que no conocía, siento el dolor de saber que quizás no haya ocasión de volver. Algo así me ocurrió en la mejicana región de Chiapas, al visitar su antigua ciudad de San Cristóbal de las Casas. Con los nietos  de la mano, las viejas iglesias coloniales eran más vivas, los trajes más coloridos y la lengua tzeltal más sonora. Ojalá nos sea concedido un alto en la vertiginosa cuesta abajo, y podamos volver a recorrer aquellas calles y plazas multicolores, con las manos de Lara y Juan Camilo entre las nuestras.  

    

     Madrid

Cada ciudad es distinta a las demás, cada una con su personalidad, aún la más modesta. Cómo regresan a mi las mil vivencias, los amigos encontrados, los monumentos escudriñados, los rincones encantadores o impresionantes. El hombre, en su afán constructor, ha dejado restos inolvidables. Pero detrás llega el hombre destructor, y derriba lo hermoso para edificar encima, en ocasiones, lo mediocre. Sí: todo es obra de ese ser magnífico en su unicidad, que es el humano, lleno de ambición de permanencia, pero con inaudita indiferencia por lo que otros hicieron antes que él. En mi pueblo, Madrid, su Plaza Mayor –hoy sin mercados, árboles, carros o tranvías- conserva por fortuna fresco y ejemplar el hálito de varios siglos para las nuevas generaciones. Sobre todo, las de turistas.

 

         Rosa María Sobrón

Tengo, creo que ya lo digo en otra parte, muchos amigos en casi todos los países americanos. Varios de ellos nos han ayudado en esa empresa absurda que es aún Prometeo. Y entre ellos estaba una mujer dulce y llena de voluntad, una poetisa entregada, una persona afín, en suma, que tomaba sus funciones como Miembro Corresponsal muy en serio: la argentina Rosa María Sobrón. Ella estaba en mil comités, en una docena de jurados, en cinco asociaciones. Siempre sonriente, siempre bondadosa, siempre capaz. Pero se nos fue inesperadamente: a mí, a Prometeo, pero sobre todo a sus colegas argentinos. La pérdida de un hijo querido terminó de quebrar su corazón.

 

        La isla misteriosa, de Julio Verne

Entre mis primeras lecturas –y seguramente las de muchas personas- están los libros escritos por Julio Verne: Los hijos del capitán Grant, De la Tierra a la Luna, La vuelta al mundo en ochenta días, El rayo verde... Y desde luego, La isla misteriosa, que he releído muchas veces. Han hecho adaptaciones para el cine, pero ninguna se acerca en gracia, en interés a la obra original, en la que por cierto no hay mujeres (dicen que Verne era misógino, cosa que desmienten tres de las obras arriba citadas). Siempre me acordaré de sus personajes, de su capacidad de adaptación. Si algo me enseñó la novela es que el hombre no se deja intimidar por ninguna situación. Pero siempre me dejó triste el final, en que Nemo muere; no sabía yo en aquellos años que hay que tener en cuenta esa eventualidad. Pero empiezo a acostumbrarme.   

 

        José María Martínez         

Yo habría deseado estudiar Medicina (ahora es demasiado tarde). Siempre me ha fascinado ése que considero el mayor reto del hombre: conocer cómo estamos hechos para poder mantenernos sanos. Pero deberé conformarme con admirar a quienes ejercen esa profesión (iba a decir “vocación”). Tuve en mi vida amigos médicos, y siempre los aburrí con mis preguntas. De La incógnita del hombre de Carrel a Cuerpos y almas, de Van der Meersch, de joven leí cuanto me acercaba a esa incognita; hoy me conformo con el doctor House. Y entre esos doctores que conocí, a ninguno admiré y quise como a José María Martínez, un hombre, dedicado a la Odontología, lleno de virtudes humanas y buen saber. Sea él quien mejor represente a mis envidiados discípulos de Esculapio.

 

      Ciencia-Ficción

Cuando serví al Ejército Español en las Milicias Universitarias, cerca de la maravilla que es La Granja de San Ildefonso, pasé ciertamente muchas tardes aburridas, acabados los ejercicios tácticos y las clases de la milicia. Un día, desesperado y sin material de lectura, un compañero me acercó compasivo una revista que no conocía; era un número de Mas allá, revista argentina de ciencia-ficción. Estamos hablando de 1952. Para mí fue como una revelación; había leído a Verne, a Wells, incluso a Luciano de Samosata, hoy considerados como antecedentes de la ciencia-ficción. Pero aquello era totalmente distinto: Farmer, Asimov, Heinlein, Clarke. Descubrí un mundo literario distinto que me absorbió durante los siguientes veinticinco o treinta años. Acumulé una colección de casi cuatro mil volúmenes, al principio casi todo en inglés, francés, italiano; luego, al regreso de mis viajes, en español. Nunca ha dejado de interesarme. Una muestra: hace unos meses descubrí un libro notable, El cálculo de Dios, de Robert Sawyer; tanto me entusiasmó, que busqué su correo y le envié un mensaje. Es un autor famoso en EE.UU. Para que se entienda la soledad del escritor: se apresuró a contestar agradeciendo mi interés, y aún nos escribimos.  

 

       Costa del Sol          

Conocí la incomparable costa mediterránea en Almería, a mediados de 1941; la Costa del Sol hubo de esperar hasta 1957. En un viaje de estudios de la Escuela de Ingenieros, nos escapamos unos cuantos y acabamos en Málaga y Torremolinos (luego pasé a Marruecos por mi cuenta, pero esa es otra historia). En la capital malagueña comí “chanquete” (micropescaditos fritos), hoy justamente prohibido; el “chanquete” está muy rico y es muy antiecológico (aunque no estoy seguro de que las mamás de los pescaditos prefieran que se los coman de mayores). Torremolinos, ah, eso es otra cosa: apenas unas casitas de pescadores había entonces, donde hoy se alzan magníficos paseos, formidables villas y espectaculares bloques de hormigón; sólo un par de kioscos se alzaban desconsolados sobre la playa, y ni siquiera los llamaban ”chiringuitos”. Por su parte, Málaga –frente a cuya playa aparecen en la foto mi hermano Josechu, Ángela y mi cuñada Ana- es una ciudad acogedora, alegre y ahora ¡a dos hora y media de Madrid! ¿Quién recuerda los “trenes-botijo”?   

 

      Santiago de Chile

Muchas veces me preguntan en qué país me encontré más a gusto entre los que me ha tocado recorrer. Siempre respondo igual: "Todos me son cercanos. Pero puesto a elegir dónde me encontré más cómodo, el Chile que conocí”. El de los tiempos de Eduardo Frei (justo antes de la llegada de Salvador Allende). Un país amable, algo provinciano, lleno de gentes sin prisas ni excesivas ambiciones, salvo tener buenos amigos y no apresurarse para ir a ésta o aquella cita. Un poco exasperante para trabajar con ellos, aunque hoy comprendo su filosofía y su saber vivir. Hospitalario como ninguno de los lugares que he conocido (que no es lo mismo quen amistoso). Con vinos excelentes y magnífica comida (aunque nunca entendí por qué ponían una sola aceituna en sus sabrosas empanadas). En Santiago de Chile nació mi hijo Juan Alberto (que por cierto no tiene gran apego a su tierra natal: claro que la dejó cuando tenía unos meses). Allí hice teatro, publiqué un libro de poesía, fundé –cómo no- un Ateneo... Allí tuve el peor accidente de automóvil de mi vida; en realidad, por poco no lo cuento. He regresado un par de veces, y sigo teniendo allí amigos, amigos de hace más de treinta años. El problema es que ahora los chilenos trabajan mucho; me temo que ya no tienen  tiempo para preparar las sabrosas “sopaipillas”. Ni acaso para beber “pisco sour” con los amigos. (En la foto, el Cerro de Santa Lucía, frente al cual viví en 1967).

 

        Mario Arconada

Nunca he vivido en el madrileño pueblo de Boadilla del Monte, a pocos más de veinte kolómetros de Madrid. Allí hay varios magníficos monumentos del siglo XVIII: un convento-iglesia (hoy restaurante de lujo), el palacio del infante Don Luis, que vino a ser de Manuel Godoy por matrimonio una temporada... Y varias agencias bancarias. Yo vivía (mejor dicho, tenía mi guarida, pues era bastante ermitaño) cerca de un pueblo no muy lejano, Villanueva de la Cañada. Pero mis quehaceres domésticos (la compra, el correo, el banco) los resolvía en el pueblo que había en mi camino a Madrid: Boadilla. Y en una de aquellas agencias bancarias conocí a Mario Arconada. Nunca he descuidado su trato, aunque por supuesto ni él ni yo tenemos nada que ver ahora con aquel pueblo. Mario es una de esas escasas personas inolvidables, llenas de empatía y afecto. Te correspondo como puedo, querido amigo: ya sabes que me dedico a la poesía, y que las finanzas no son lo mío.

 

       Vida y destino, de Vasily Grossman

Ocurren cosas extrañas con las lecturas, como con la novela Vida y destino, de Vasily  Grossman. La tragedia de sus páginas me absorbió como pocas otras en mi vida. Gira su terrible argumento en torno a la "batalla de Stalingrado", durante la II Guerra Mundial. Aunque ya es muy amplio el panorama de sus personajes básicos, cubre otros, de los jerarcas soviéticos y alemanes a los humildes campesinos o los cosacos ukranianos. Tantos puntos originales hay en su texto, que es preciso citar el que primero impacta: dividido el libro en cerca de 200 capítulos, casi siempre son ellos autocontenidos. Esto es: se pueden leer  a salto de mata, sin orden, y el impacto del libro sigue siendo extraordinario. Ayer fue la monumental Guerra y paz de Tolstoi; hoy comparan esa obra maestra con Vida y destino. Mas es preciso leerla para decidir; es, desde luego, un libro formidable. Otra cosa será el juicio del futuro; a su valor positivo ayudará, con seguridad, la magistral traducción de Marta Rebón.

 

      Orden del Temple         

Aunque sin exagerar, nunca me he negado a participar en el asociacionismo. Hago memoria (y sin contar los grupos organizados por mí mismo, no pocos por cierto) de los siguientes: Colegio de Ingenieros Industriales (cuyo uniforme luzco en la foto, aunque ya me viene un poco estrecho), Ateneo de Madrid, Asociación de Eméritos de IBM, Institute of Electrical and Electronic Engineers, Asociación Colombiana de Ingenieros Industriales, World Future Society, International Development Society, Asociación de Escritores y Artistas Españoles, Asociación Canadiense de Hispanistas, Club Phylatelique Saint-Gilles, Asociación Colegial de Escritores, Club de la Unión de Chile, Golf Club Glyfada... qué barbaridad. Y aún quedan bastantes otros que añadir; entre ellos, soy comendador de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V, y el que me es más caro de todos, caballero de la Orden del Temple (Ordo Supremus Militaris Templi Hierosilymitani), en la que me presentó mi amigo Fernando de Toro-Garland, entonces Maestre de la Orden. En ella he encontrado muchos hombres y mujeres de buena fe y nobles propósitos. Y pues que mi investidura (celebrada en Tenerife y en Madrid) imprime carácter, podré renunciar a muchas cosas, pero no dejaré de ser templario en el corazón.  

  

       Concha Zardoya           

He tenido la fortuna de conocer a muchos grandes poetas, que poco a poco se me han ido adelantando en su partida, dejándome un recuerdo triste. Triste, no porque ellos partiesen –todos partimos-, sino porque entonces es cuando uno constata lo efímero de la obra humana. No ya de la fama, poca cosa sujeta a vaivenes, sino del recuerdo de tanta palabra bien urdida, tanta reflexión que merece ser duradera, tanto ingenio acosado por las telarañas o la carcoma. Y si me descuido, por la llama o la explosión, que todo puede venir. Echo la mirada atrás y me aterrorizo: Luis Rosales, Yannis Ritsos, Leopoldo de Luis, Eduardo Carranza, Odysseas Elytis, Alberto Baeza Flores, Gerardo Diego, Francisco Matos Paoli, Dámaso Alonso y tantos, tantos otros cuyo pan y sal compartí humildemente y cuyas páginas releo con asombro y pesar. Y entre ellos, aquel ángel de bondad y de capacidad que fue Concha Zardoya, que jamás negó un favor, una presentación, una presencia cuando a mi impertinencia le parecía oportuna.  Le ofrecimos un pequeño recuerdo y unas páginas impresas tras su desaparición, pero siempre he sentido el remordimiento de que esas cosas ni siquiera cubren el expediente. 

 

       Toniná

México, y junto a él toda Mesoamérica, está sembrado de restos del esfuerzo que sus habitantes,  a lo largo de quince siglos, e incluso más allá, hicieron por acomodar a sus vidas una visión no perecedera de la existencia. Monumentos, esculturas, obras de acondicionamiento del entorno, joyas, artículos de uso cotidiano. Por millones se cuentan las piezas rescatadas del olvido, por centenares las culturas que fueron y se fueron. Entre ellas, siempre me ha intrigado la de los mayas de América Central: una raza que luchó contra la naturaleza hostil, contra las propias fuerzas autodestructivas, pero que supo desarrollar, al mismo tiempo que el cuchillo de obsidiana para arrancar corazones cautivos, un sistema de escritura elegante y poderoso, una técnica constructiva que les permitió alzar monumentos admirables y duraderos, una observación del universo tan precisa que sus cálculos sobre el firmamento estaban muy por delante de los que griegos y romanos, no digamos los cristianos medievales, supieron afinar. Y entre ellos me place haber visitado los de Toniná, quizás los últimos en desvanecerse de la historia maya (en el siglo XVI, poco antes de la llegada de Cortés) y con seguridad los últimos en ser descubiertos, y que incluso hoy día admiran al visitante (aquí, Ángela y yo con nuestros nietos, Lara y Juan Camilo).

 

      Elogio de la Locura, de Erasmo de Rotterdam

Teniendo en cuenta la época oscura en que Erasmo de Rotterdam lo escribió, la extraordinaria erudición de que hace gala su autor y la dosis masiva de ironía sobre los poderosos, la iglesia, las convenciones sociales de la época, el Elogio de la Locura  es una obra llena de atrevimiento. Pero es mucho más que eso: la increíble capacidad de convencer al lector incauto de la verdad de cuanto afirma llena de admiración al lector. Sobre todo, porque salvo algún que otro pasaje que hoy no tiene sentido, el resto se podría aplicar casi intacto a las convicciones del hombre actual: sólo con el auxilio de la locura -léase la necedad- se conciben la mayor parte de las convenciones sociales actuales: la riqueza en general mal habida, el interés desmesurado por las modas, los maquillajes, las joyas; en fin, por el poder. Erasmo de Rotterdam dejó un legado para pensar, pero también para regocijar al lector; así me he sentido yo, viéndome retratado demasiadas veces en sus líneas mordaces.

 

       Acueducto de Segovia

"Cada civilización ha dejado en España su huella física", dice el tópico. Algunas legaron los griegos y fenicios, menos los visigodos (entre ellas, el arco llamado "árabe"). Importantes las de los romanos -como en Segovia, este magnífico, elegante acueducto; como en Tarragona, como los muchos restos de calzadas-. Desde luego, muchas y valiosas los árabes. Pocas, los franceses -que destruyeron demasiado, aunque el "rey" José Bonaparte despejara la que es hoy plaza de Oriente, pongo por caso-. Y a la sombra de este formidable Acueducto de Segovia galanteé a Maricruz, paseé con mis compañeros prometeicos, vestí las insignias templarias, escribí algún poema y algún cuento a sus piedras... Poco, porque todos los españoles debiéramos ofrecer nuestro mejor homenaje a los restos que vertebran la historia artística de la Patria, más allá de catedrales y palacios.    

 

        Baños de Montemayor

¿Y qué haces aquí, Juan, con tres mujeres tan importantes en tu vida –Ángela, Ioanna, Elena María-, sin deshacerte en lágrimas? Porque ellas, y las que no aparecen en la fotografía, quedarán, y tú te irás. Sí, ellas quedarán cantando la gloria del mundo, en ese piso modesto y en esa “Casa del Tiempo” de Baños de Montemayor, rincón de la madrileña Arganzuela, lugares que llenaste de tus mil colecciones (libros, cuadros, cartas, películas, armónicas, estilográficas, relojes), pero sobre todo de la alegría y el dolor de presencias y ausencias...  Mas todo fue como debía ser: hermoso y perecedero.

 

       Óscar Echeverri Mejía

Él llegó un día de mayo a la plaza de Colón, en Madrid. Mil cartas nos mantenían unidos desde nuestros días en Colombia. Lourdes, su amor de una vida, llegó con él, y los versos que me había enviado, y los versos que también le fui enviando durante casi tres décadas, nos ataban de nuevo. Su alma generosa, su voz educada para la palabra viva, su gracia tolimense –donde nace el elegante “bambuco”- regresaban a Madrid. Óscar Echeverri Mejía, el poeta colombiano del más elegante, del más vibrante soneto, volvía a abrazar a Juan, poeta siempre trasterrado en Colombia, en Chile, en Grecia, en Italia, en Bélgica, en la República Dominicana. Quizás porque mi poesía no era de ninguna parte, y la suya era universal.        

 

       Ficciones, de Jorge Luis Borges

Creo que ya he dejado escrito que viví en medio del campo, mucho tiempo solo, en mi casa que bauticé como “Nuevo Pireo”; unos seis o siete años. Claro que gran parte de este tiempo mi pequeña hija dormía en su cuarto, pero también pasaba los fines de semana, las vacaciones y otros períodos con su madre, con su abuela, con sus primas. Y yo quedaba rodeado de la naturaleza, a kilómetros de distancia de un lugar habitado. Insomnios, soledad, pensamientos negros. Me he levantado muchas noches, desesperando de conciliar el sueño, y me ha dirigido a un par de estanterías con libros favoritos dentro de  mi dormitorio. Y nueve veces de diez he vuelto a tomar el mismo libro: Ficciones, de Jorge Luis Borges. Lo recuerdo de memoria; podría repetir líneas enteras de “Funes, el memorioso” o de “La biblioteca de Babel”. Tres veces en mi vida me encontré con su autor, y nunca le dije cuán útil me había sido su obra. Un libro, no sólo necesario a los desvelados –para eso lo único que merecía yo era un par de azotes- sino para volver repetidamente al olvido de mi yo, para sumergirme una vez más en la beatitud que sólo proporciona la obra maestra.   

 

       Real Fábrica de Tabacos, Sevilla 

Quizás resuena en este claustro de la Universidad de Sevilla el eco de las voces de las cigarreras: ocupa la que fue en épocas no lejanas Real Fábrica de Tabacos, de tiempos de Fernando VI. Correrían ellas apresuradas a sus puestos de trabajo, y hablarían de sus amores, de sus problemas domésticos, de sus deseos hacia el futuro. Cada una de ellas, un grano minúsculo de vida (como yo, como el lector) que se sentía único en el universo: no hay otra forma de estar vivo, seas Cardenal o crustáceo. Y de nada servirán nuestros esfuerzos por ser distintos, por escribir "páginas personales": en pocos años, nada frente a los millones de años de la Tierra, seremos polvo, y ni siquiera "polvo enamorado".  Pero al menos habremos admirado brevemente estos corredores, acompañados por nuestros amigos griegos Mijalópulos, por Ángela. ¿Cómo no apreciar ese instante?

 

       Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos

Pocos piensan, quizás, en la obra literaria que nos aportó ese pequeño país sudamericano que es Paraguay (pequeño en número de habitantes, pues aún sufre los efectos de su horrenda “guerra del Chaco”). Pero una nación en la que el arpa es el instrumento nacional tiene que poseer secretos hermosos. Así, la obra narrativa y poética que nos dejaron varios de sus escritores. Por ejemplo, pocos libros he leído con la magia y la espectacular arquitectura literaria de Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos. La increíble vida y, diríase, milagros del dictador Francia, que marcó los primeros alientos de su independencia, forman el impresionante tejido de este libro singular. Gracias a mi amigo y notable impulsor de las disciplinas que es el profesor Victorino Polo, tuve oportunidad de hablar varias veces sobre Roa Bastos en la Universidad de Murcia. Y de intentar transmitir a las nuevas generaciones de estudiantes mi entusiasmo por un escritor y un país que no suelen ser citados en la primera fila a la que pertenecen.  

 

       Nela Rio             

Hay una mujer en la lejana ciudad canadiense de Fredericton (lejana de Madrid, quiero decir), llegada desde Argentina pero aclimatada de tal modo a la tierra más septentrional de América que ella hace suyos el arce de su bandera, la multiculturalidad de sus habitantes, el infinito reino de sus hielos, de sus osos y sus zorros almizcleros. Nela Rio, mujer a quien ninguna dificultad arredra, siempre dulce y férrea, siempre decidida a mover a los demás a fuerza de gentileza. Pero ella no sabe que todos conocemos su voluntad de llegar, una vez ha iniciado el camino. Ese es nuestro secreto, como el suyo es despertar al dormido y mover al perezoso. Así, no es preciso que auguremos éxito a su Registro Creativo, a sus Exposiciones Multilingües, a su flamante Capitulo en Fredericton de la Academia Iberoamericana de Poesía, a sus nuevos poemarios: sólo hay que decir "los ha emprendido Nela" para entender que llegarán inexorables a su meta. Y además, es mi amiga. 

 

        Enrique Valle            

He conocido a algunas personas a las que los demás llaman raras, originales, especiales. Y puedo decir que, por ejemplo, el madrileño Enrique Valle reúne los tres adjetivos. Es un placer salir a pasear con él sin plan preconcebido, pues acabaremos charlando de temas fascinantes. No que estemos siempre de acuerdo: qué aburrido. Estas personas -que no son tantas- ayudan a sobrellevar la astenia de vivir. Recuerdo a algunas personas parecidas en tantos países... Personas que quizás no serán recordadas, pero es porque a ellas eso les importa un bledo. Personas que son la sal de la vida, porque no se ocupan de saber si les gustan o no a  los otros, si el precio del petróleo sube, si es mejor un Mercedes o un Porsche. A lo mejor es que ninguna de esas cosas es importante.   

  

      El ordenador electrónico IBM 5150

A últimos de 1973 me incorporé a IBM Internacional en Milán. Mi misión era la de dirigir el anuncio en IBM World Trade (esto es, en lo que no era Norteamérica) del primer ordenador electrónico portátil de IBM, el IBM 5100, precursor inmediato del IBM 5150, más conocido como "el PC de IBM". Mi vocación por un ordenador independiente iba en contra de la corriente imperante, esto es, de la "inteligencia distribuida": grandes ordenadores con muchos terminales. Debo decir sin modestia que mi intervención fue determinante para que se impusiese (luego a nivel mundial) el estándar de un teclado básicamente semejante a las máquinas de escribir, y que tuviese unas características en cada país compatibles con las de su estructura ortográfica: acentos, caracteres especiales (como la ñ en nuestra lengua). Fue una aventura apasionante, y todavía conservo dos o tres aparatos de la época. Hasta un programa, APOLO, para hacer poemas escribí (ver en "Antología"; por cierto, cuando el poeta Luis Antonio de Villena vio lo que resultaba, comentó: "Juan, esto es peligroso"; no me aclaró para qué o para quiénes). ¿Y quién concibe hoy trabajar sin este chisme universal, ubicuo hasta en los jardines de infancia? 

 

       Ana Luisa Delclaux           

Debo a Villanueva de la Cañada -y en mucha parte a Ana Luisa Delclaux-, un próspero pueblecito a una treintena de kilómetros de Madrid, muchos de los días más felices de mis últimos treinta años. Allí me aposenté al final de 1979, allí cuidé de mi pequeñísima hija Ioanna, allí me reuní con docenas de amigos poetas, tanto a la sombra de su "Encina de la Poesía" como en la acogedora "Taberna del Poeta". Allí leí centenares de libros, y tuve insomnios, y a veces dolor. Allí participé en cuanto supe y pude en la vida literaria del pueblo, mano a mano con Ana Luisa. Allí paseé junto a las jaras, las encinas y mis queridos perros. Allí escribí, siempre insatisfecho con mis borrones sobre el papel. Allí amé, sufrí, tuve esperanza. La que me dio Ángela Reyes cuando Luis Partida, alcalde perpetuo del municipio, ofició nuestro matrimonio en 1986.

 

       Familia Reyes

En esta foto se reúnen nada menos que ocho miembros de la familia Reyes, desde la materfamilias Manuela al benjamín Jesús. Faltan algunos, pero ya son suficientes para muestra de su poderío. Y como en todo clan, son las cinco mujeres -Manuela, Ángela, Gloria, Alicia, Eva- las que deciden el rumbo de la familia. Varias generaciones de andaluces son muchas mujeres. Los que no pertenecemos a la sangre familiar debemos resignarnos: somos los intrusos. Y hasta es bueno que  decidan por nosotros dónde y cómo se pasarán los días de Navidad.  

 

       Enrique Gracia Trinidad          

Conocí a Enrique Gracia Trinidad a principios de los años noventa, en el taller de poesía de Prometeo. Luego me contaría que la primera vez que bajó a las Cuevas de Bentaiga, junto a la madrileña plaza de Colón, asistió estupefacto a una sesión de lectura y comentario de poemas, y cuando salió se prometió no volver: "A ése yo no le aguanto" ("ese" era yo). Pero volvió, por fortuna para el taller seguramente, para mí desde luego, y quizás también para él: segiuro que le dimos el empujoncito que necesitaba para volver a escribir su magnífica poesía, detenida muchos años atrás. Él, primero por sí, luego por la compañía admirable de Soledad Serrano, han sido parte importante en muchas de las empresas poéticas que Prometeo ha realizado desde su arribo. Hombre nunca igual a sí mismo, genial autodidacta, formidable caricaturista, poderoso poeta, con vena satírica, social, tierna, reflexiva. Enrique, mi amigo poeta, espero que por mucho tiempo.

 

       Un día en la vida de Iván Denísovich, de Aleksander Solshenitzin 

¿Cómo hacer el más feroz análisis, la más aguda crítica de lo que fue el infierno de los “gulags” soviéticos sin emplear ni una sola expresión peyorativa? Ese milagro lo consigue la breve y punzante novela Un día en la vida de Iván Denisovich,  de Aleksander Solshenitzin. A diferencia del más conocido  Archipiélago Gulag, en esta obrita el Nobel ruso se limita a describir, en la primera persona de Iván, cada hora, diría cada minuto de un día en el campo de concentración. Un maravilloso ejercicio novelístico, una terrible denuncia, una obra cuya lectura obsesiona. Nadie que desee conocer los resortes del narrador puede dejar de leerla, claro. Pero tampoco los que aún sostienen que el régimen soviético tuvo sus fallos, pero que sus intenciones eran buenas. La máxima evangélica cobra toda su fuerzas: “por sus obras los conoceréis”. O el refrán español, “obras son amores...”

 

       José Javier Márquez            

Cuando comencé a preparar mi tesis doctoral en la Universidad Autónoma de Madrid, conocí a mi joven colega, ingeniero industrial, José Javier Márquez (lo de José no lo supe hasta mucho más tarde, con el resultado que soy la única persona, o así, y conmigo todo Prometeo, que le llama Javier).  Y acabamos siendo amigos. Él es tierno, afectuoso, a veces inconstante (luego lo explico). Acabó dejando su trabajo en Madrid y yéndose para Marbella, donde gestiona con su hermano Carlos varios negocios; de su preciosa sevillana (nacida en Madrid, eso sí), Rocío, ha tenido un niño mimado, Carlos Javier. Y codirige conmigo el espacio en internet "Prometeo Digital" (www.prometeodigital.org): una docena de secciones, y creciendo. Siempre me sorprende que, sin ser poeta (ni creo que muy aficionado a ella), siga empeñado en esta dura tarea; yo creo que es puro masoquismo. Por eso, cuando me impaciento porque tarda más de lo que le reclamo en hacer alguna actualización, me digo:  "Juan: no hay otra razón para que Javier te ayude que el afecto. Asómbrate y da las gracias, porque un amigo que te aguante es un don del cielo".

 

         Kostas Mijalópulos          

Asistió a las "clases de español" que daba para un grupo de mis amigos en Atenas (claro, por amor al arte, ¿qué creías?). Querido Kostas Mijalópulos, entusiasta amigo. Cuando se acabó mi aventura griega de varios años, él tomó el relevo como Presidente del "Athineon Ellados" (Ateneo de Grecia). La verdad, nos divertimos más que trabajamos: un par de cortos de cine (uno premiado, eso sí), una quincena de conferencias, una lectura teatral de Lorca en griego, y muchos, muchos "guateques". Querido Kostas, querida Irina: aún os veo a nuestro lado tantas veces, como en memorables viajes por Andalucía o el Peloponeso. Tu fidelidad es uno de los méritos que pienso presentar en el Más Allá, como prueba de que no todo en mi vida fue de tercera clase. 

 

       Vinieron las lluvias, de Louis Bromfield

Comencé a leer esta novela –que permanecía llena de polvo en mis estanterías- sin mucha convicción, sólo por nostalgia de la bella película que protagonizaron hace tantos años Mirna Loy y Tyrone Power. Y pronto me di cuenta de mi error: la novela es infinitamente superior al film. No sólo recrea la atmósfera de la India noroccidental de la preguerra, sino que abunda en magníficas reflexiones sobre el encuentro entre el Oriente y unos occidentales que siguen llenos de prejuicios y falso sentido de superioridad. Una novela imperecedera, que no se excede como sería de esperar en descripciones, sino que precipita los acontecimientos sin dejar de lado su agudo, a veces mordaz análisis. Vinieron las lluvias, de Louis Bromfield,  debería ser de lectura obligada hoy, cuando la India está tomando un protagonismo cada vez mayor en la economía mundial, y su conflicto con Pakistán, cuyos gérmenes son ya previstos en la novela de Bromfield, es una de las preocupaciones más significadas para el mundo actual.

 

        Leopoldo de Luis         

¿Es posible hablar con verdad de "dos hombres buenos"? Ya lo he hecho arriba con ocasión de Alberto Baeza Flores. Pero no menos debo decir de Leopoldo de Luis, con quien tantas conversaciones tuve, casi siempre por teléfono. Comenzábamos por la poesía, aunque a veces también por sus experiencias durante la guerra civil española, o por su amigo Miguel Hernández; pocas, por éste o aquel poeta actual (era extrema su delicadeza en ese campo). Hubo mañanas en que recordaba a poetas del pasado, otras en que comentaba las relativas calidades de la asonancia o de la amétrica. Cuando le comenté mi "invento" de la decilira, escribió un par de ellas y me las envió a poco sin anunciarlo. Y porque le alabé mucho su soneto a "La silla vacía", me lo dedicó: qué honor. En la foto, decide si tomar o no la última aceituna de un plato en casa de Encarnación Huerta y Siméon Martín Morales. Cada vez que regresábamos a Madrid desde la Sierra madrileña, siempre me decía, con cierta prevención en la voz: "no corras, no hay ninguna prisa". Querido Leopoldo: en el monte de los elegidos, tú estarás  cediendo siempre el puesto más soleado a los que lleguen.

 

     Zócalo de México       

Las gentes del campo, que venden nopales asados, junto a los turistas que visitan la Catedral barroca: todos ellos son parte del gigante Zócalo de la ciudad de México, bajo la mayor bandera que nunca haya visto. Ella es el símbolo de un país orgulloso, que lucha contra su crecimiento abrumador, por encima de los cien millones de habitantes: el mayor país de lengua española del mundo. Claro que allí se hablan doscientas lenguas, del náhuatl azteca al tzeltal maya. Un país que en realidad son muchos países, porque es un crisol de razas y de creencias, de culturas y de ideologías. Un país en el que se ha arraigado una parte tan importante de mi familia que precisa toda mi atención y mi estima. Aunque doce horas de vuelo desde Madrid resultan duras en mis tardos años... 

 

      Milán

Tres años viví en Milán –de 1976 a 1979-, tiempo, un poco justo, para mejor aprender la hermosa lengua toscana; confieso que no hice ningún esfuerzo para acercarme al dialecto lombardo. Pero sí me empapé de la sobriedad y diligencia de sus gentes, que les ha dado tanta ventaja en la economía italiana. Y me dio tiempo para hacer algunos amigos que no puedo olvidar, singularmente Fredi y Patrizia Colombo, y los esposos Iato, vecinos en nuestro bloque de apartamentos. Allí jugué –no demasiado bien- mis últimos partidos de tenis, o visité los innumerables, mínimos y magníficos restaurantes que siembran cada pequeño lugar de Lombardía, y en los que está garantizada una espléndida comida (salvo el “rissotto”, que no pude aprender a apreciar). No es Milán sólo el Duomo o la Galleria Vittorio Emmanuele. O la “Cena” de Leonardo en Santa Maria delle Grazie. Milán es sus gentes, sobrias y con un sólido sentido de la realidad. Y de sincero afecto por el amigo, demostrado una y otra vez a lo largo de esos tres años, y los que siguieron en España.

 

       Deportes de masas

Lo lamento: no soy capaz de vibrar de entusiasmo cuando veo el deporte de masas: un partido de fútbol, o de baloncesto, o una carrera de coches, y ni siquiera el tenis. Sí me gusta -con ciertas reservas- el atletismo, y en general aquellos deportes en que no es evidente el predominio de las chequeras; en los que los jugadores van al encuentro en metro, no en Lamborghini, y sus salidas a cenar no son seguidas por los "paparazzi", y sus novias o lo que sean no están en la prensa del corazón... Y la verdad. hechas las anteriores manifestaciones, no me queda mucho más que decir sobre este tema; si llueve en domingo, no tengo otra preocupación que no se me ensucie mucho el auto recién lavado. Pero, como dijo el torero "El Gallo", "tié que haber de tó". 

 

       Alcázar de Segovia

Recuerdo la primera vez que me planté ante el Alcázar de Segovia, corona de una hermosísima ciudad repleta de monumentos medievales en excelente estado de conservación, y eso sin contar el fenomenal Acueducto, del que arriba he escrito. Iba acompañado de un compañero de la Escuela de Ingenieros Industriales, mi malogrado amigo Carlos Gil de Gárate, camarada en empeños teatrales y burlas juveniles. Ambos estábamos en el vecino campamento de Robledo, de la Milicia Universitaria, tratando de convencer a los comandantes de Artillería de que merecíamos el aprobado que nos colocaría los galones en la bocamanga. Cuando tuvimos frente a nosotros la masa tardomedieval del Alcázar, quedamos mudos un largo instante. Un guía se empeñaba en contarnos anécdotas confusas y sin mucha gracia. Le dimos un duro (cinco pesetas) para que nos dejase en paz.

 

    "Neos Pireás"/"Nuevo Pireo"

De 1979 a 1998 he vivido en Villanueva de la Cañada, pueblo a una treintena de kilómetros de Madrid (aún tenemos allí nuestra residencia oficial). Cuando estaba en Milán, mi hermano Josechu me instó a que comprase una parcela a mi madre (veinte mil metros cuadrados); no una gran cosa, pero inmensa para mis necesidades y mi tiempo libre. Diseñé con entusiasmo la estructura física y química de la casa, en torno a un rectángulo que sería la biblioteca y cuarto de trabajo; el resto no me interesaba tanto. Con mucho cuidado elegí pinturas (cal blanca en todas las habitaciones), suelo (único tipo para toda la casa), ventanas (con rejas y pintadas de azul, como en Grecia) y un largo etcétera. Decidí no adecentar más que la mitad delantera de la finca, y ésa al estilo mesetario: nada de jardincitos ni prados: jaras y adelfas. Una encina majestuosa, en el centro: la "Encina de la Poesía". Nada de piscina ni pista de tenis, por más que Josechu me instaba. "Pero, ¿tú las tienes? Pues, cuando las necesite, iré a tu casa" (creo que lo habré hecho dos o tres veces en veinte años). Dos porches, un buen salón "para reunir a los amigos", con chimenea. El camino que lleva a la casa, de tierra: "ni hablar de asfaltarlo; sería una invitación a los ladrones" (no sé qué iban a robar; ¿quizás libros?). En la parte posterior, una especie de teatro circular al aire libre, al fondo de una minicuesta para que se sienten los espectadores. Dos garajes, ambos fuera de la casa, para guardar también infinitos trastos y herramientas; uno de ellos lo ocupa hace años con sus trebejos José Antonio López Domínguez, "Tony", que a cambio cuida la finca; un hombre noble y desgraciado a quien deseo la suerte que merece. Debajo de la casa, la "taberna del poeta", donde docenas de ellos se han reunido, y firmado en la pared, desde Luis Rosales, español, a Enrique Molina, argentino. El nombre de la casa: "Neos Pireás" / "Nuevo Pireo", en recuerdo de mis años en Grecia. El día que me entregaron en la U.A.M. el título de doctor en Filología, Ángela se plantó y me dijo: "Llevo desde 1986, y sobre todo, tus siete años de carrera, viendo jaras y conejos, mientras escribo. Basta. Nos vamos a Madrid". Y no hemos vuelto a dormir allí ni una noche.

 

      Costa de Noruega

La manía de los cruceros por mar que nos llevó a ocho amigos por cuatro itinerarios en torno a Europa nos permitió visitar el mar de Noruega, parte del mar del Norte que baña –es un decir- las costas de la península escandinava. Desde Bergen hasta el remoto cabo Norte, fuimos entrando en uno tras otro de los innumerables fiordos que jalonan esa costa de Noruega. Inmensos, espectaculares, profundos. Al verlos, se entiende que los antiguos vikingos encontrasen refugio seguro en ellos y se animasen a emprender sus mortíferas correrías por Europa, en busca de botín. Pero confieso que me animaba un interés especial. Había leído –en Edgar Allan Poe, cómo no- la descripción del Maelsström y de su peligro para los barcos que en él se aventuran; un terrible remolino cercano a las islas Lofoten, en la costa noruega. Y como está en el trayecto de los barcos que hacen esos cruceros, yo temblaba de emoción cuando nos acercábamos, mientras mis compañeros jugaban al mus. Cuando los altavoces anunciaron su presencia, apenas ellos levantaron los ojos del juego, mientras yo me precipitaba a cubierta para ver el monstruoso espectáculo, un poco-bastante preocupado de que fuésemos  engullidos. Y la verdad, no era gran cosa, salvo unos mínimos remolinos. Vaya con Poe.  

 

       Juan Antonio Villacañas

¡Cuántas veces fui a Toledo, sólo para encontrarme con Juan Antonio Villacañas, el poeta risueño y socarrón, de quien tanto aprendí sobre la sinagoga del Tránsito, el Transparente de la catedral o su paisano Garcilaso de la Vega, príncipe de los poetas! Sobre todo de Garcilaso, cuya lira elevó Juan Antonio a categoría de estrofa actual, revitalizando su sentido, haciéndola mordaz, moderna y mortal herramienta crítica. Tan es así, que le dediqué mi pequeña invención de la "decilira", que enlaza mis estrofas preferidas, la décima antes, la lira después de conocer a San Juan Antonio, como gustaba de llamarle. Fue Villacañas miembro del Patronato de Prometeo, y como tal el principal impulsor de nuestra campaña para que se erigiese un monumento al inventor de la lira en su ciudad natal. Juan Antonio, a quien prometimos en sus horas postreras que no le olvidaríamos ni dejaríamos que su poesía fuese olvidada. ¿Cómo va a ser así? La lira juanantoniana es el mejor ejemplo de cómo la gracia y el ingenio poéticos son bastantes para que la poesía viva y reviva, para que los poetas que han dado su vida a la lengua sean inmortales.

 

     Sol de Medianoche

¿Cómo hemos creído todos que es el Sol de Medianoche? Reconozco que siempre lo imaginé como una penumbra densa, en la que los objetos se entreveían y el misterio de la luz cobraba todo su embrujo. En el mar de Noruega lo vi por primera vez. A las tres de la mañana, para mi sorpresa, había sol y luz. Pero nada de penumbra ni de luz embrujada; era como en Madrid, digamos a las siete de una tarde de verano. Seguramente no tan ardiente, pero igual de luminosa. La fotografía de arriba no le hace ninguna justicia, en realidad. Repito; plena luz, sin embrujo ni nada. Para que se fíe  uno de Julio Verne. Seguro que él lo describió de oídas.

 

       Rosalina García           

Rosalina García es una poetisa y profesora venezolana que reside en Los Teques, localidad cercana a Caracas, pero lo bastante alejada para que constituya un remanso de paz frente a la vertiginosa (y parece que peligrosa) capital. Miembro Corresponsal de Prometeo hace años, por fin la conocí en persona durante las Jornadas Académicas que la asociación realizó hace algún tiempo en Tenerife. Ella ha demostrado su dulzura, su saber estar y decir, a lo largo de todas sus importantes contribuciones a las publicaciones de Prometeo, de sus poemas enviados, pero sobre todo de sus notas de actualidad y de su amable pero firme comentario a cuanto trabajo poético o académico fue sometido a su consideración. Y a pesar de todo lo dicho, Rosalina no está en esta página por esos motivos, sino porque su devoción y su afecto me han hecho deudor feliz de su amistad.     

 

        Fredo Arias de la Canal          

Durante años estuvimos recibiendo en Prometeo libros publicados por el Frente de Afirmación Hispanista, que en México se dedica a buscar viejas, perdidas obras de la lengua, y a reeditarlas. Formidable empresa, pero a la que yo no veía porvenir alguno, pues eran comercialmente inviables. Hasta que me di cuenta de que todo era labor altruista; la más altruista que conozco. La dirige un mejicano de ancestros cántabros, Fredo Arias de la Canal, próspero empresario que invierte en la quijotesca promoción de las esencias hispánicas la mitad -si no más- de su fortuna, siguiendo los pasos de José Vasconcelos. Luego supe de la Casa de Cultura que ha creado y organizado en Potes, Cantabria, sin ayuda gubernamental alguna, porque no quiere ni saber de ellas. Alberto Baeza Flores -mencionado en otra parte de esta columna de memorias- me habló de Fredo y del premio que anualmente concede, el "José Vasconcelos", que ostentaron grandes creadores, grandes hispanistas como Borges, Madariaga o Uslar Pietri. Y en 2004, me llegó la noticia de que me lo habían concedido. Todavía no me lo explico. 

 

      Asociación Prometeo de Poesía

El 14 de enero de 1980 y en mi modesto apartamento madrileño fundé, con apenas la compañía de Alejandro Moreno Chelo Lacalle, y bajo la socarrona mirada de Luis Jiménez Martos, el "Taller Prometeo de Poesía Nueva" (que acabaría llamándose Asociación Prometeo de Poesía). Desde entonces, centenares de aficionados a la poesía pasaron por esos "talleres", por las sesiones bajo la "Encina de la Poesía", por las Ferias de la Poesía y las Bienales de Poesía en la plaza de Colón de Madrid, por el café Lyon o por la cafetería Bentaiga, por las plazas de veinte ciudades españolas y de una docena de países, por las páginas de casi quinientas publicaciones, por las salas de docenas de entidades -Ateneos, bibliotecas, centros culturales-. Imposible registrar los nombres de todos los poetas prometeicos, aunque esta página recoge varios de los fallecidos y unos pocos de los que permanecen en pie. En la foto -cerca de las Cañadas del Teide, en la isla de Tenerife- están los profesores José L. Gotor y M. Pilar Pueyo, las argentinas Elvira Levy y Olga Bressano, las venezolanas Rosalina García y Ana María Del Re, el colombiano Otto Vélez, el mejicano Luis Armenta, la costarricense Leda García, y poetisas españolas como Lola Vicente, Soledad Cavero, Cristina Martínez Núñez, Encarnación Huerta (que ya no podría repetir el viaje). Y José Luis Maestre y Sofía Callejo. Y Ángela y Juan.   

 

       Hitler, de John Toland

Reconozco mi debilidad por la sección de Historia de nuestra biblioteca. No nos hace ella los primeros en España en la materia, ni mucho menos, pero sí certifica, con su millar largo de volúmenes, que somos unos buenos a su lectura. Después de todo, es ”maestra de la vida”, ¿no?.  No se limita nuestra colección a algunas épocas o países: nada del género nos es ajeno. Pero sí es cierta nuestra debilidad por la II Guerra Mundial, que yo viví intensamente junto a los mapas de mi padre. La obra de Churchill tiene su lugar en esa colección, pero dista mucho de ser la única, claro. Y entre todos los volúmenes, debo recordar la formidable e iluminadora biografía de Hitler, por John  Toland. No deje de leerla nadie que tenga interés –hoy día algo morboso ya- por ese hombre responsable, por su voluntad y su locura contagiosa, de la muerte de cincuenta millones de seres.

 

       El teléfono móvil, o celular 

Si un ciudadano de hace no más de 20 años, incluso el más avanzado en noticias y estudios, se materializase en una de nuestras calles, se quedaría estupefacto viendo cómo todo el mundo caminaba hablando sólo. Luego observaría que conversaba con un aparatito minúsculo, y que al cabo lo encerraba en su puño para seguir caminando. Claro, en seguida sospecharían que se trataba de un teléfono portátil, pero, ¡tan pequeño, en manos de niños y ancianas, de obreros y muchachas apenas púberes! ¿Y por qué lo llevan en la mano? Ay, para no perder ni un segundo si necesitan comunicar urgentemente que ya están en la calle Serrano, o para que Nelssy, seguramente a cinco manzanas, pueda contarles que les acaba de llamar Lucy para decirles que sí, que se verán a las once y media. Nadie se siente seguro si no lleva su teléfono móvil (el celular en América) consigo. Por eso la sorpresa cuando me piden el número para avisarme de algo, y doy el de mi teléfono fijo. Entonces, con impaciencia, reclaman: "No, el móvil". Y mi contestación es invariable: "No uso el móvil; está en un cajón, apagado, y lo enciendo sólo si voy en coche y necesito llamar a un mecánico." El mundo se les cae encima: "¿Quién será este bicho raro?".   

 

       Pirámide del Sol

¿Qué mejor guía que mi consuegro, el mejicano Ricardo Alzaga, para visitar -en realidad, por tercera vez- la gran Pirámide del Sol? Llegamos a Teotihuacan (sin acento: así lo asegura la mitad de los consultados), con Ángela y mi hermana María, y no paramos de subir y bajar (altísimos) escalones en todo el día, hasta que mi pobre rodilla operada gritó "hasta aquí". Teotihuacan es impresionante, desde sus casi dos mil años. Muy anterior a la llegada de los mexicas, o aztecas, a México, constituye un ejemplo más de cómo toda obra de hombre perece a causa del hombre. Pero, qué  maravilla de estructura, de armonía. Y eso que aún no se ha desvelado ni la mitad de las edificaciones del gran complejo teotihuacano ("donde nacen los dioses"); en realidad, no se sabe cómo la llamaban sus constructores. 

 

      Luis Mario          

En los pagos de la floridana Miami se han afincado miles de cubanos, muchos cuando la desbandada “marielita”, otros desde luego anteriores; es sabido que una de sus zonas es llamada “la Pequeña Habana”. Y entre ellos he encontrado a varios notables amigos. Como Luis Mario, un gran periodista que muchos años publicó en el “Diario de las Américas” y otros medios sus crónicas de actualidad, sobre todo la literaria. Me lo presentó en Miami nuestro común amigo Alberto Baeza Flores en memorable viaje, y desde entonces no hemos perdido el contacto. Su generosidad, su palabra ajustada, su infalible buen gusto le hacen punto de referencia intelectual. Pero aún aprecio más su exquisito sentido de la amistad, del que a veces me he aprovechado para imponerle tareas más allá de su tiempo libre. Lamento que la distancia me obliguen a tenerlo presente sólo en la consulta de un libro que no sale de mi cabecera, su Ciencia y arte del verso castellano.          

 

       Volkswagen-Porsche

Este antiguo auto, con vocación deportiva pese a ser un híbrido de Volkswagen y Porsche, ha recorrido conmigo al volante muchos caminos desde que lo adquiriera de segunda mano en Bruselas, en 1975. Toda Europa ha sido su campo, a veces brillante, otras aquejado de extrañas dolencias. Mi hijo tiene fascinación por él: yo quisiera entregárselo; ya no lo conduzco, pues mi querencia está hoy en los trenes. Pero Juan Alberto vive en México, y no hay muchas perspectivas de que se instale en España: mucho puede una familia mejicana de cuarenta o cincuenta componentes. Yo sigo cuidando a mi viejo amigo, y una vez por año lo hago engrasar cuidadosamente, doy una vuelta a la manzana... y vuelvo a aparcarlo en el garaje.

 

     Encinas, Villanueva de la Cañada

Bajo las encinas de Villanueva de la Cañada, hacemos un alto un grupo de poetas prometeicos. Muchos de ellos ya estuvieron en Tenerife. Aquí están casi todos ellas, más otros como Soledad Serrano, Isabel Díez, Soledad Velázquez, Juan Calderón, Enrique Gracia, Fernando de Toro-Garland, Angelina Lamelas, Miguel Ortega, Valeriano Franco, Gloria Lima, Antonio López Casales, Patricia Oyarzún...   Miro sus rostros y me duelen. Varios no están ya con nosotros, pero su palabra queda, me dice la memoria. Mas no me engañe; la memoria es un olvido perenne.

 

        Nueva York

Llegué por primera vez a Nueva York en 1960, cuando fui a Columbia University como Visiting Scholar; allí colaboré en los cursos de "Business Management" y seguí otros de Física Atómica y Física Nuclear. Y me enamoré de una ciudad sin fin, donde todo es posible, en la que se dan los extremos de riqueza y miseria, de refinamiento y mal gusto. Se dirá que eso ocurre en todas partes. No: en N.Y., aunque parezca extraño, pocos se sienten rechazados por su indumentaria o por no tener qué comer, porque a todo neoyorquino le ha pasado eso alguna vez. He regresado en muchas ocasiones, y siempre he encontrado nuevos aspectos, perfiles y perspectivas inéditas. Comprendo el amor de tantos por esa ciudad que no es hostil, ni siquiera indiferente, pese a lo que digan quienes no la conocen. La fijación de Woody Allen por Manhattan es más que razonable, y sus películas consiguen resumir la ciudad con éxito. Prefiero morir en Madrid, pero si eso no es posible, ojalá sea en la ciudad de los rascacielos, de Central Park. de los Cloisters y del Guggenheim.

 

       El metro de Madrid 

Que hermoso recordar el metro de Madrid, en los años 50. Por unos céntimos iba yo todos los días desde la glorieta de la Iglesia (que era una plaza), en mi barrio de Chamberí, a la plaza de Cuatro Caminos. Me parecía un medio de transporte maravilloso, barato y rápido. Quizás algo sucio, algo maloliente; quizás viajábamos a veces algo estrechos (no había "apretadores" como en el metro de Tokio, pero no por falta de necesidad). Hace unos días fuimos a visitar la nueva estación polivalente en la Puerta del Sol, incitados por una publicidad que la califica de la mejor del mundo. En efecto, los vagones, las estaciones, las escaleras mecánicas, los servicios son óptimos. Entonces, alguien puede decirme: "¿Y cómo soportabas el metro de los años 50?" Muy sencillo: no conocíamos otro. En 1958 trabajé un tiempo en el metro de París: la red era más amplia que la de Madrid, algunos trenes (sobre neumáticos) eran mucho más silenciosos. Pero en conjunto no me pareció "muchísimo" mejor. Cabe preguntarse si, en pocas décadas, no se asombrarán los madrileños del futuro de que pudiésemos los de hoy asombrarnos ante un transporte tan primitivo, ruidoso y lento como a ellos les parecerá el metro de 2009, que tan admirada contempla aquí Ángela

 

     Biblioteca Pública Regional de Madrid         

La Asociación Prometeo de Poesía reunió, a lo largo de casi treinta años, hasta veinte mil poemarios, revistas, antologías, estudios; hasta diez mil cartas y autógrafos, hasta docenas de trabajos, fotografías, pósters, de poetas de nuestra lengua. Cuando llegó el momento de las previsiones hacia el futuro, esa preciosa muestra de la obra poética actual se depositó -no sin esfuerzo y al final de 2007- en manos de Luisa Inmaculada Fernández Miedes, directora de la Biblioteca Pública Regional de la Comunidad de Madrid.  Que la cuiden como nosotros lo hicimos durante tantos años, con las preciosas ayudas de Joaquín Torres Lago, Marisol Mariño o Ángela Reyes, entre tantos otros. Porque en esos millares de libros se encierra la única ilusión de supervivencia efectiva de centenares de poetas españoles e hispanoamericanos.

 

      Alicia Reyes             

Admiro a la mujer fuerte, a aquella que durante milenios ha sobrellevado los trabajos del parto, de la casa y del hombre. Ella, la Madre de la raza humana, es mi única confianza en nuestro futuro. Ah, cuando las mujeres gobiernen el mundo, fielmente secundadas por los hombres, como debe ser, pero con ideas de mujeres políticas, no con ideas de políticos hombres. Como Isabel la Católica o Isabel de Inglaterra, como María SlodowskaAngela Merkel. O como esta mujer compleja y firme, Alicia Reyes. 

 

       Catedral de Burgos

España está llena de obras de arte. No llena, repleta estuvo, pero, entre la necesaria pero lamentablemente ejecutada “desamortización” y la incuria de los españoles, muchas obras maravillosas se perdieron para siempre. O se las llevaron. Y la joya de nuestro pasado la componen esos edificios que la fe y la esperanza de muchas generaciones levantaron: las catedrales. Astorga, Compostela, Zamora, León, Toledo, Sevilla, las dos de Salamanca, Cuenca, Barcelona, tantas otras. Incluso la edificada –con escaso criterio, pero magnífica- en el interior de la Mezquita de Córdoba. Y desde luego, la catedral de Burgos. Sus piedras, que conservan –dicen- los restos del más español de los españoles, al decir de Huidobro, el Cid Campeador, siguen siendo un ejemplo vivo de aquella fe que movió montañas y recuperó nuestra tierra arrebatada al reino visigodo por otra fe nueva e intransigente. Una fe que también dejó sus “catedrales”, pero de las que apenas queda el magnífico ejemplo cordobés.

 

       Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain

Muy niño, leí en versión  completa -casi nunca entraron en casa de mis padres las versiones abreviadas "para niños", Tom Sawyer" y Las aventuras de Huckleberry Finn", las dos obras maestras de Samuel Clemens, el hijo del Mississipì que tomó por sobrenombre Mark Twain.  Nunca he olvidado esos libros, que he releído una y otra vez; pienso que, con el Quijote, son los que he tenido más veces entre mis manos. Tom estaba bien, aunque sus historias con Becky me parecían un poco ridículas. En cambio, me encantaba su amigo Huck, el bohemio; él sí se encontraba a sus anchas en medio de la naturaleza, mientras que para Tom era divertido, una aventura; en fin, algo para un rato, no un modo de vida permanente. Yo era Tom, y siempre sentí envidia por los Huck Finn que he conocido.

 

       Teatro

Desde los  dieciocho años he sentido fascinación por el teatro. Pero, pues que nunca me dediqué a su ejercicio  profesional, no tengo forma de saber si habría podido vivir de él. Por eso envidio a mis amigos grandes actores, como las encantadoras Julia Trujillo o María Fernanda D’Ocón. Aún así, ha sido el teatro, después de la poesía, el arte que más horas ha consumido de mi vida. En la “cronología” de este espacio personal se pueden ver los grupos teatrales –que recuerde, una decena- que organicé y dirigí; demasiados, pues se limitan a una treintena de mis años útiles. Pero mis mediocres éxitos escolares e incluso profesionales hay que rastrearlos en aquella excesiva dedicación. Y de ello no me arrepiento en absoluto; fueron tiempos de exaltación, de vida intensa, de experiencias inolvidables: “La hermosa gente” de Saroyan, o “La importancia de llamarse Ernesto” de Wilde, o “Anacleto se divorcia” de Muñoz Seca, o “Vestir al desnudo” de Pirandello, o “Nuestra ciudad” de Wilder, o los “Dramas del mar y la aventura” de O’Neill, o “Tres sombreros de copa” de Mihura, o “Los títeres de Cachiporra” de Lorca. En la fotografía, Enrique Valle y yo damos vida a una obra del argentino Ricardo Rubio, “Los remolinos”, en nuestra Casa del Tiempo: un tardío divertimento en recuerdo de aquellos tiempos.

 

      David Escobar Galindo

Hace años -¿cuántos ya, Señor?- conozco a ese prócer centroamericano que es el profesor David Escobar Galindo, hoy rector de la Universidad "Matías Delgado" de San Salvador. Pulcro polígrafo, periodista impenitente, pero sobre todo poeta y narrador, David tiene el privilegio de la generosidad, en la amistad y en el desprendimiento. Una muestra espléndida de ello fue su papel determinante en la paz alcanzada entre la guerrilla y el gobierno salvadoreños, algo que le hace merecedor de honor entre los hombres de buena voluntad en el mundo. En los últimos años he conseguido embaucarlo en algunas de mis absurdas empresas literarias. Primero, en la escritura de trece cuentos con títulos fijados, al tiempo que Alejandro Moreno y yo hacíamos lo propio, para dar a luz un hermoso libro, Casi todos los ángeles tienen alas y otras historias raras, un título tan largo como la calidad de la edición, que estuvo a su generoso cargo. Ahora preparamos, con otros diez amigos escritores, un nuevo libro de cuentos en torno a las obras de misericordia, según endiablado esquema que pergeñé hace años; veremos en qué para. Pero no será David responsable de su fracaso: no más poner en marcha el proyecto, David había completado con creces su contribución; ¿de dónde saca el tiempo y el ingenio? Quizás de la compañía de María Teresa, notable escultora ella misma,

 

     Casa del Tiempo 

Hay más cosas en la vida que libros y familia; ya lo dejo escrito arriba. Amigos, empeños comunes. Y eso es lo que encierran todos los años de mi vida, desde el remoto equipo de fútbol "Escuadrilla", de mis trece años, a las actividades del "grupo del Octógono", en nuestra fugaz residencia en Príncipe de Vergara y a las que, durante casi diez años, celebramos -cada vez más intermitentes, ay- en la "Casa del Tiempo".  Las altas estanterías cubiertas de libros han visto pasar a centenares de amigos, de escritores, de artistas. Música, teatro, cine, arte, temas de actualidad, narrativa y, sobre todo, mucha poesía. Ahora, las reuniones que llamo “Entre escritores” tratan de poner orden en un plan de creación literaria bajo el prisma múltiple de distintos espacios geográficos, literarios, temáticos, temporales y narrativos; admiro a los amigos –poetas, prosistas, pintores, profesores- a quienes he conseguido embarcar en el proyecto: Pepa y Ramón Castañer, Enrique Gracia, Óscar Barrero, Alvaro Fierro, Ángela Reyes, Alejandro Moreno, David Escobar Galindo, Jesús Cano, Soledad Serrano o Alfredo Villaverde (los últimos no están en la foto, que tomé yo mismo).   

 

       Irene Mayoral             

Hay personas y personas, si lo sabré yo. Ni mejores ni peores, sino distintas. A ratos, la mejor compañía la ofrecen los directos, los que llamamos en Madrid “a la pata la llana”, aquellos con quienes el bocata de chorizo debe acompañarse con cerveza bebida a morro. Otros momentos, ni menos ni más agradables, son los que pasamos con personas que jamás se quedarán sentadas cuando alguien del grupo se pone en pie; creo que me explico. Y a este grupo pertenece mi amiga Irene Mayoral. Su extremada prudencia, su finura personal van parejas con su pulcritud intelectual y la delicadeza de su verso. He tenido el placer de publicar la mayor parte de sus poemarios, y siempre lo he hecho con el gusto de tratar con ella de los distintos detalles de la revisión del texto y de su edición. Irene Mayoral, que a sus muchas, hermosas cualidades une las de su encantadora hija, también Irene, está muy cerca de mi corazón. Por muchos años.

 

      Göran Kjellin

Conocí a Göran Kjellin en Alicante, donde había yo organizado un encuentro de trabajo de la compañía IBM. Vinieron ingenieros de varios países; él llegó de Suecia con un conocimiento sorprendente del español. A todos les encantó mi plan: trabajar muy temprano, y después, a segunda hora de la tarde, lo cual dejaba a los asistentes la parte central del día para bajar a la playa, comer e incluso dormir una mediterránea siestecita. Nos entendimos bien; poco tiempo más tarde, me alentó para que fuese a trabajar al centro internacional de IBM en Bruselas, donde pasé dos años y... Pero esa es otra historia. Lo importante es que se estableció una hermosa amistad entre ambos, en la que incluyo a su bella esposa Eva. Varias veces vinieron después a mi casa en España, y nos hemos seguido encontrando en sus numerosas escapadas a las playas del Sur. Su capacidad para el asombro es casi infinita, casi tan grande como su lealtad como amigo. Recuerdo que una vez llevamos a la pareja a ver La venganza de don Mendo, sin pensar en que sería imposible que entendiese los retruécanos poéticos de Muñoz Seca. Es tan buena persona, que dijo haberse divertido mucho, "al ver cómo todos se reían".

 

       Atapuerca

Maravillosa aventura la del ser humano, aún mayor cuanto más vamos sabiendo de ella. Maravillosa, nuestra descendencia desde los primeros cordados, desde aquellos peces que salieron de las aguas, desde los primeros mamíferos de la Era Terciaria, desde los incipientes primates. La aventura del hombre, no tan estupenda quizás como la de los magníficos dinosaurios, pero que por ser “la nuestra” nos hace vibrar con más fuerza... Cada día se descubren nuevas ramificaciones, nuevas posibilidades de nuestra evolución.  Lo sabemos, pero, ¡qué gran suerte la de que en nuestra tierra castellana se haya encontrado ese impresionante testimonio que es Atapuerca! Un tesoro que la Tierra desvela día a día, con renuencia pero sin pausa, porque los investigadores no se la dan. Visitar  Atapuerca es asignatura obligada para cualquier ciudadano de este país. Y además, está muy cerquita de Burgos, su magnífica catedral y su incomparable “lechazo”.

 

        Elena María y Ioanna

Mis hijas queridas, a quienes ya no puedo llamar “mis niñas” (no sé si se enfadarían o sería una “gracia” más de su padre). Elena María, tan fuerte que ha salido adelante como actriz de doblaje y como traductora sin ayuda de nadie, por méritos propios y exclusivos; tan débil que siempre ve la botella medio vacía, aunque quienes la rodeamos la veamos bastante llena. Elena María, cuyo buen gusto universal cubre arte y literatura, y que une a sus gracias la de su cariñoso abrazo cuando me encuentra. A su lado, la versátil y libérrima Ioanna, que llegó (ida y vuelta) de Grecia, para conseguir con tesón y lágrimas su título de restauradora de arte, y que deambula, libre como paloma, por las tierras de España -cuando no las de Turquía-, subida a las pinturas de los conventos o bajada a las viejas “makabriyas”, tumbas musulmanas de otras eras. A esas dos perlas nacidas de mi sangre dediqué muchas de mis horas mejores, y quiero seguir dedicando las futuras.

 

                     

Conchita R. Matías /Hugo E. Pedemonte /Charo Coca /Emilia García Galiana

                                                El Club de 

         

Javier Lentini /Guillermo Garcimartín /Joaquín Vidal/ Encarnación Huerta   

                                   (nuestros ) Poetas Muertos

              

Manuel Martínez Remis /Jacque Canales /Alberto Aguila /Federico Schmied

A lo largo de treinta años, muchos -demasiados- compañeros han muerto. Treinta y tres, según mis últimas cuentas; aquí hay doce, otros nueve en el resto de este espacio. De Madrid, de otros puntos de España, de América, poetas, no poetas, mujeres, hombres, jóvenes, mayores... Hace unos años, en nuestra sede de Marqués de Riscal, colocamos un panel con pequeñas fotos de muchos de ellos, y lo llamamos "El Club de (nuestros) Poetas Muertos", en recuerdo de la gran película con Robin Williams. Pasó por ahí una tarde Luis Jiménez Martos (ver nota); se quedó mirando el cuadro y comentó: "No, si la gente se muere..." Cierto, y triste. Porque a cada uno de ellos, que compartieron con nosotros años de taller, de Ferias y Bienales de Poesía, de viajes por España o fuera de ella, de recitales, de presentaciones, les debemos un trozo de nuestra memoria viva. Ellos, con todos los demás, fueron capaces de sostener por unos pocos años el milagro de un amplio grupo de poetas que se complacían en el éxito de cada uno de sus compañeros. No veo yo en el panorama poético actual -en España o fuera de ella- que sea fácil que se repita.        

 

       Abril y Juan Alberto           

Una pareja insólita, la de mi hijo Juan Alberto con Abril Alzaga. Lo es, porque el español y la mejicana han creado una familia ejemplar, contemporánea en sus planteamientos. Ambos profesionales, dedican a su casa y sus hijos su personal atención, compartiendo trabajos caseros, proyectos, educación y ocio personal (cuando consiguen el tiempo para ello).  Incluso algunas de sus aficiones insólitas, como la composición musical de mi hijo con los montajes audiovisuales de Abril. Los dos han superado graves dificultades de salud, propias y de la familia, y ambos, como en la fotografía, tratan de lanzar miradas compartidas sobre un futuro que nunca es cierto en estos inicios del siglo XXI. Y a ellos confío, con muy pocas personas más, mi enlace con ese monstruo que nos espía desde los rincones: el futuro.

 

      Bruselas             

País memorable por su gastronomía, la extremada cortesía de sus gentes y lo cuidado de paisajes y monumentos es Bélgica, donde pasé dos años de mi vida profesional. Eso sí: lo cortés no quita lo reservado; la amistad no es una flor que nace con facilidad entre los belgas. Recuerdo a una secretaria, que se asombraba al ver la cantidad de tarjetas de felicitación que enviaba por Navidad. “Todos esos, ¿son tus amigos? Yo lo encuentro imposible. Tengo un solo amigo. Mejor dicho, lo tenía, pues hace dos años dejamos de hablarnos. ¿Desde entonces? Bueno, estoy pensando en conseguir otro.” La Grand’ Place de Bruselas, con la placa que recuerda –no muy honorablemente- a Felipe II, y en cuyas esquinas se degustan los deliciosos “gauffres” o se va a visitar el Manequin Pis; las graciosas calles que franquean la plaza, donde se encuentran sabrosos mejillones cocidos al vapor con apio; la Avenue Louise, con elegante comercio, excelentes restaurantes y el magnífico Bois de la Cambre en su extremo. A Bruselas hizo el último viaje de su vida mi padre con mi madre, para conocer a Ioanna, mi hija recién nacida; cuatro meses después ya no existía.  

 

       Cañón del Sumidero

Una de las más notables experiencias de mi vida fue recorrer el Cañón del Sumidero, en la mejicana Chiapas. Como en el Cañón del Colorado, un río (muy caudaloso aquí, pues está represado) transcurre entre montañas. Pero en el Sumidero, las laderas están cortadas a pico, hasta alturas imposibles que oscilan alrededor de mil metros. En botes a motor y a velocidad vertiginosa, se recorren los cuarenta kilómetros del Cañón en un santiamén. Por supuesto, las dos docenas de pasajeros no llevan ni chalecos salvavidas ni cinturones de seguridad. No entendíamos muy bien por qué tanta prisa hasta que nos explicaron que las aguas verdinegras esconden abundantes cocodrilos. Como el barco volcase, sí que iban a servir de mucho nuestras prisas contra aquellos bichos. El día amenazaba lluvia. Tal, que al regreso nos cayó encima el mayor aguacero de mi vida. A velocidad redoblada "para salir de la nube", aquella fue una experiencia espectacular. Tardamos el resto de la mañana en que se nos secase la ropa... interior. 

 

       Luis Jiménez Martos            

Qué palabra tan brillante, qué agudeza en su escritura (quien no haya leído sus Tientos de los toros y su gente no sabe lo que es fino). Algo malgeniado a veces, eso sí, y socarrón como buen cordobés. Él asistió como de soslayo al (¿acto?) fundacional de Prometeo, en la sala de mi casa madrileña junto a Arturo Soria. Él, director de la mejor colección de poesía de España, "Adonais", quiso publicar uno de mis libros favoritos, El hombre de Ur. Dirigió una temporada nuestra revista La Pájara Pinta,  fue mucho tiempo miembro de nuestro comité de selección, dio conferencias, escribió reseñas. Miembro Honorario de Prometeo, Luis Jiménez Martos nos dejó su huella imborrable en varios viajes por España y Portugal, en las Ferias de la Poesía. Y a él debo, indirectamente, el haber encontrado a Ángela Reyes: recién llegado a España, me invitó a dar una charla en el Ateneo de  Madrid sobre Odysseas Elytis, poeta griego a quien conocí y traduje en Atenas y que acababa de recibir el premio Nobel. Eso ocurrió el 23 de enero de 1980, esto es, nueve días después de la fundación de Prometeo. Dejamos sobre los asientos del gran salón de actos octavillas invitando a los asistentes a nuestra futuras actividades; no sabía yo, recién llegado, que los españoles no escriben nunca cartas. Y en efecto, sólo recibí una respuesta: la de Ángela Reyes.    

 

     El 19 de marzo y el 2 de mayo, de Benito Pérez Galdós

He mentido antes, cuando afirmé que, después del Quijote, el libro que más veces he leído es el de Mark Twain, con Tom Sawyer y Huck Finn. No: ha estado conmigo aun más veces este "episodio nacional" de Galdós, hasta el punto de saberme uno por uno sus personajes, sus descripciones, sus andanzas y tragedias. ¿Por qué? ¿Qué tienen Gabriel Araceli, Inés, los esposos Requejo, don Celestino Santos del Malvar, Godoy, Murat, el licenciado Lobo, el amarillo mancebo de la tienda de don Mauro? Simplemente vida intensa, real,  extraordinaria dentro de su cotidianidad. En El 19 de marzo y el 2 de mayo, de Benito Pérez Galdós, aprendí a odiar a los franceses por su violencia y crueldad (aunque franceses fueran quienes nos trajeron una nueva idea de la democracia), a los habitantes ricos de Madrid, que no se movieron de sus casas para repeler al invasor. Recorrí con Gabriel las calles buscando cómo descargar mi furia contra quienes se llevaban a los últimos infantes de una estirpe lamentable. Y no puedo separar en mi mente ambos conceptos, porque pocos libros he leído en mi vida tan memorables; esto es, tan aferrados a la memoria.

 

       Roma                

Cuánta admiración despierta en mí la palabra Roma. Y no hablo de la ciudad meca de turismo, que encuentro incómoda, de tráfico peligroso y destartalada; aunque empiezan a restaurar antiguos y nobles  edificios, no es algo que a los romanos ni a sus ediles parezca importarles mucho, ni siquiera en sus lugares más céntricos, o como dicen los cursis, "emblemáticos". La Roma que admiro es la que dio estabilidad a Europa durante siglos, la que alentó técnicas depuradas de construcción e ingeniería, la  que nos dio las bases del Derecho, de la investigación filológica, de la Medicina, de la Botánica. Todo mezclado, por supuesto, con conceptos que hoy rechazamos, pero formando un conjunto armónico y adecuado a la época. La economía romana se basó en la esclavitud, pero dejó un mercado unificado, al menos como nunca se había conocido. Los ejércitos romanos fueron despiadados con los nativos, pero la Pax Romana duró cuatro siglos. Las luchas de fieras o de gladiadores en el Coliseo romano fueron bárbaras, y más cuando se consideran las torturas a los cristianos, pero los espectáculos públicos debieron de ser algo magnifico. Y de todas formas, Roma fue el primer ejemplo de imperio universal basado en el Derecho de gentes. Bueno, más o menos. Además, los "maccheroncini ai quattro formaggi", en la vía IV Novembre, son algo delicioso.     

 

       Mario Ángel Marrodán             

Mi padre, madrileño como yo, decía que la esencia de lo español estaba en el País Vasco, y sacaba multitud de ejemplos de la Historia. Y del propio Unamuno: "tenemos -los vascos- que españolizar de nuevo a España". Claro que ni mi padre ni Unamuno debían haber leído a Sabino Arana. Pero este asunto me pone de mal humor; prefiero acordarme de una cuasinovia que tuve hace como mil años, Ana María, en la calle del Príncipe de Bilbao. Y desde luego, de Mario Ángel Marrodán, poeta como la copa de un pino, por más que lo tildasen de "irregular" (¿y qué hay que valga la pena que no lo sea?). Yo sólo puedo dar fe de la calidad y abundancia de su río lírico, que sin duda sobrevivirá en la memoria, y de su personal bondad, de su elegancia como amigo, de su generosidad -cosa rara en los poetas- con los colegas. A mí me sorprendió un día con un largo ensayo sobre mi obra, innecesariamente elogioso, Canto y seña del poeta Juan Ruiz de Torres. Cuánto lamento que se haya ido prematuramente; no olvidaré nuestras charlas mientras paseábamos, en Rusia, por San Petersburgo y por Moscú, por ejemplo. 

 

       Celina y José Luis Sampedro

En casi todo estuvimos de acuerdo, Celina y José Luis Sampedro, excepto en que a Ángela y  a mí sí nos gustaba mucho el "Elogio del Horizonte" de Chillida, que domina vuestra ciudad de Gijón y a vosotros os parecía horroroso. Vuestro afecto fue seco y fuerte, como  una buena sidra "tirada", no escanciada. En "Las Yucas", vuestra entrañable casa fuera de la ciudad, pasamos horas de charla sobre poesía o sobre Tolstoi, sobre joyería o sobre la educación de los hijos. Tu salud, Celina, se debilitaba día tras día, pero no dejabas de proteger a los tuyos: hijos, nietos, empresa. Luego, llegó lo inevitable, y dejaste solo a José Luis, el más dulce y tierno amigo. Sabe nuestro amigo que él ha de ser fuerte, y que la memoria de Celina se sostiene con la suya. Y aunque no le valga de mucho, con la seguridad de nuestro afecto. 

 

      Tumba de Leonor 

El amor es la gran fuerza que humaniza a esa bestia parda que es el ser humano. Amor a la familia, a la pareja, al trabajo bien hecho. A la mascota, a la tierra donde nacimos o nos acoge. Al arte, a la palabra honesta o bien pensada, a la luna y las estrellas. Sin amor no somos nada, apenas máquinas que nacen, se alimentan, mueren, desaparecen para siempre. Por eso es esencial el amor a los seres que llenaron nuestras vidas, incluso las vidas de los otros. Si no, ¿por qué nos conmueve ver a perfectos extraños dejar flores sobre la tumba de Leonor, la amada de Antonio Machado, pálida muchacha que acompañó brevemente los pasos del poeta sevillano, durante sus días en Soria? Alguien dirá, con espíritu de comerciante de patatas, que no hay razones para que ella haya sido distinguida por el recuerdo: no hizo nada por si misma que lo mereciera, y de todas formas vivió poco y ha pasado ya demasiado tiempo desde su muerte. Qué error. Leonor hizo mucho por todos. Ella simboliza el amor inalcanzable, el amor desaparecido para cada uno de nosotros.  

 

       La Poesía

Los últimos treinta años los he dedicado a la poesía. Demasiado tiempo, demasiadas actividades organizadas, demasiadas publicaciones editadas, demasiadas publicaciones propias. Y sobre todo, demasiadas opiniones lanzadas sobre lo poético. A estas alturas, ya no sé lo que es buena poesía. Todo lo más, sé cuándo no lo es (tampoco está mal). Y uno llega a la consecuencia de que es una gran puerta abierta para que pase quien quiera, y se contente con lo que hace en su momento. Eso sí: debo prevenir al novato o al inocente de que, si es honesto y hace sus deberes, será siempre infeliz, pues no hay poema que satisfaga enteramente. Ni propio, ni ajeno. Valery lo dijo muy bien: "El poema no se termina: se abandona". A lo cual hay que añadir: "En todo poema sobra un verso"; observa, elimínalo, y vuelve a aplicar la regla; al final quedará el papel vacío, que quizás es el mejor poema. Y por último, que todos los poetas sabemos que el Poema, el poema con mayúscula, ése no ha sido escrito todavía. Ya veremos a qué nos dedicamos el día que alguien lo haga.     

 

 

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